Tribuna:

Dos apuntes sobre el 'informe Bricall' .

La reciente, aunque se me antoja que algo precipitada, publicación del denominado informe Bricall ha generado un oportuno debate sobre los problemas de la Universidad española. Quiero referirme a dos acentos que no han merecido gran atención. Quizá, la omisión principal del informe sea la referencia a las universidades españolas. Y es que no todas son iguales en méritos o en grado de adaptación a las exigencias sociales. La distinción es importante por dos razones: primera, permite valorar en sus justos términos los efectos de la Ley de Reforma Universitaria; segunda, en consonancia con lo ant...

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La reciente, aunque se me antoja que algo precipitada, publicación del denominado informe Bricall ha generado un oportuno debate sobre los problemas de la Universidad española. Quiero referirme a dos acentos que no han merecido gran atención. Quizá, la omisión principal del informe sea la referencia a las universidades españolas. Y es que no todas son iguales en méritos o en grado de adaptación a las exigencias sociales. La distinción es importante por dos razones: primera, permite valorar en sus justos términos los efectos de la Ley de Reforma Universitaria; segunda, en consonancia con lo anterior, propicia una mejor apreciación de las consecuencias que se derivarían de la modificación del marco legal. El segundo apunte tiene que ver con las comunidades universitarias españolas; es decir, con la profesión.El hecho de que no exista un mercado universitario -es decir, un mecanismo que revele sin posibilidad de manipulación el valor de las diferentes universidades españolas- obliga a abordar esta cuestión a través de la elaboración de rankings basados en medidas distintas de producción y calidad docentes e investigadoras. Generalmente, este tipo de ejercicios es objeto inmediato de críticas, en ocasiones justificadas, de suerte que no desencadena los resultados deseados; esto es, ayudar a estudiantes y poderes públicos a formar sus preferencias y a orientar el destino del tiempo de aquéllos y de los recursos públicos de éstos. Sin embargo, creo que la comunidad universitaria española aceptaría lo obvio; esto es, que hay universidades mejores que otras; me atrevo a pensar que una encuesta realizada con tal fin mostraría que existe un cierto grado de acuerdo sobre qué universidades son las que merecen una reputación mejor. Por mi parte, añado que, desde la perspectiva de la investigación, existen centros y departamentos excelentes a escala internacional. Si no, no tendría explicación que en términos de producción científica internacional, según los indicadores bibliométricos al uso, nuestro país se sitúe entre los diez primeros del mundo en química, biología, investigación biomédica y matemáticas; tampoco que en bastantes áreas de conocimiento haya equipos investigadores en primera línea internacional. Como la excelencia suele presentarse de manera excepcional, el número de centros o departamentos españoles presentes en el segmento más exigente del mercado internacional de la ciencia es reducido, pues concentran la mayor parte de las aportaciones a la ciencia mundial. La ubicación de esos polos de excelencia en algunas, pocas, universidades extiende el manto protector del prestigio al resto de las actividades de esas universidades e incluso las contagia a través de la adopción de patrones de valoración del quehacer universitario. No todo es mediocridad; en la Universidad española hay también excelencia, eso sí, muy concentrada, como en casi todas partes.

Si examinamos las características comunes de esos polos y, por extensión, de sus respectivas universidades, cuyo nombre no voy a proponer para evitar que la atención se desvíe, encontramos un buen uso de la autonomía conferida por la Ley de Reforma Universitaria, el respeto escrupuloso a los patrones internacionales de valoración de la investigación, la iniciativa voluntarista de sus promotores por construir oasis de conocimiento y, en términos más generales, la adopción de códigos internos sobre pautas relativas a la promoción y contratación de profesorado, formación de investigadores, competición interna y procesos de toma de decisiones. Esos códigos trasladan prácticas observadas en universidades extranjeras que han conseguido auparse en el pasado a la cima del prestigio internacional. Nada nuevo; simplemente, elección de buenos modelos a imitar. En bastantes ocasiones, tales empeños se enfrentan a la hostilidad del resto de la comunidad universitaria española, la no excelente, que se conduce según pautas de conducta enemigas de las anteriores. En la Universidad española es posible y existe la excelencia internacional; la Ley de Reforma Universitaria no la ha ahogado, aunque también ha sido utilizada indebidamente.

La calidad de la Universidad española es y será reflejo de los valores defendidos por los colegios de profesores e investigadores. Es sabido que, en ausencia de mercados, la promoción colegiada de valores puede ayudar a resolver algunos de los problemas derivados de la dificultad de ponderar el trabajo realizado. También aquí se aprecian diferencias notables. Algunos colegios protegen un orden basado en lealtades personales entre seniors y juniors, escalafones inamovibles, el aislamiento y la búsqueda desenfrenada de singularidades, que después justifican el todo vale. La ausencia de movilidad, la endogamia, la conformación de tribunales de tesis doctoral según afinidades personales y otras prácticas similares son la consecuencia inmediata del mal funcionamiento de esta clase de colegios. Otros, sin embargo, han definido, explícita o implícitamente, códigos de buena conducta que orientan en la buena dirección la organización profesional del quehacer científico; esos códigos se parecen bastante a los códigos internos de los polos de excelencia. Una primera diferencia entre una y otra clase de colegios es que los segundos son simples apéndices de colegios internacionales más amplios; ello impide a sus miembros la promoción de valores académicos ajenos a la búsqueda de la excelencia.

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De las dos reflexiones anteriores se sigue que en un mismo marco legal coexisten la excelencia y la mediocridad. Probablemente, un examen cuidadoso de la Universidad española nos enseñaría que hoy hay más excelencia y, a la vez, más mediocridad que, pongamos, hace veinte años. Es posible que sea preciso e incluso conveniente cambiar el marco regulador de la actividad universitaria; pero es imprescindible que la autorregulación de los colegios de profesores e investigadores universitarios y de los centros y departamentos mire en la dirección de la excelencia, y no en la de los sucedáneos. Si observamos, una vez más, el origen de la excelencia universitaria española podremos constatar que ha sido construida a través de la importación del exterior de buenas experiencias profesionales, adquiridas por buenos investigadores en buenas universidades; en resumen, importación de buena tecnología académica. Nada extraordinario. Lo que hacen las empresas.

Alberto Lafuente Félez es catedrático de la Universidad de Zaragoza.

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