Tribuna:

Carnero

JOSÉ LUIS FERRIS

La concesión del Premio de la Crítica en su modalidad de poesía al último libro del valenciano Guillermo Carnero ha supuesto, para mi vanidad y mi olfato, una noticia francamente grata que justifica la argumentada defensa que el pasado enero hice de su Verano inglés. No se trata, como bien saben los que se mueven en estas lides, de una distinción de improbable trasfondo. Hablamos de un reconocimiento de solvencia y prestigio probados que concede la Asociación Española de Críticos Literarios y cuyo jurado lo constituyen poetas, críticos y profesores de literatura. Y much...

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JOSÉ LUIS FERRIS

La concesión del Premio de la Crítica en su modalidad de poesía al último libro del valenciano Guillermo Carnero ha supuesto, para mi vanidad y mi olfato, una noticia francamente grata que justifica la argumentada defensa que el pasado enero hice de su Verano inglés. No se trata, como bien saben los que se mueven en estas lides, de una distinción de improbable trasfondo. Hablamos de un reconocimiento de solvencia y prestigio probados que concede la Asociación Española de Críticos Literarios y cuyo jurado lo constituyen poetas, críticos y profesores de literatura. Y mucho de todo ello hay también en Carnero en su faceta de catedrático de Literatura, de autoridad en el ensayo crítico y de poeta con una obra que abarca más de 30 años de intermitente dedicación.

Pero si algo hay especialmente destacable en la concesión de este premio es el momento en que ha llegado; y hablo de momento y no de oportunismo y sus connotaciones arribistas e intencionadas. Todo lo contrario. El Premio de la Crítica a Verano inglés supone un aviso para los navegantes de nuestra lírica que se han acomodado en la práctica uniforme y monótona de banalidades francamente indigeribles. Se agradece, pues, este sorbo de claridad y de inteligencia ante el reciente panorama poético, agotado de experiencias y de gastadas fórmulas emocionales. Y Guillermo Carnero, que nunca ha necesitado de galardón alguno para dejar constancia de su coherencia, de su inmensa fidelidad al culturalismo y a una estética lujosa y reflexiva, recibe por fin el pago a su acreditada trayectoria con este premio y este libro de amor (esencialmente de amor) donde la lucidez se adelanta de nuevo para abrir paso al Carnero más íntimo, al más herido y vulnerable ante las zarpas y los labios de la vida.

No me cabe la menor duda de que este reconocimiento va a servir para que un buen número de lectores descubra a un poeta auténtico, el mismo que ha sido capaz de transformar la angustia cotidiana en experiencia cultural de altísimo vuelo. Y eso es mucho, por no decir demasiado, en los tiempos que corren.

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