Tribuna:

Souvenir, souvenir

ENRIQUE MOCHALES

Pero bueno, ¿no habíamos descubierto al fin la fórmula alquímica que permitía transformar el hierro en oro? ¿No habíamos quedado en que el pueblo vasco en general debía de intentar mutar su mente en otra más positiva, comercial y de servicios? ¿No habíamos llegado a la conclusión de que había que promocionar y acompañar el tirón del Guggenheim con otras ofertas turísticas de primer orden?

Desde luego, si algo de inspiración fenicia había animado nuestro inefable talante vasco durante la tregua, estamos muy lejos de llevarla a sus últimas consecuencias. Si no apro...

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ENRIQUE MOCHALES

Pero bueno, ¿no habíamos descubierto al fin la fórmula alquímica que permitía transformar el hierro en oro? ¿No habíamos quedado en que el pueblo vasco en general debía de intentar mutar su mente en otra más positiva, comercial y de servicios? ¿No habíamos llegado a la conclusión de que había que promocionar y acompañar el tirón del Guggenheim con otras ofertas turísticas de primer orden?

Desde luego, si algo de inspiración fenicia había animado nuestro inefable talante vasco durante la tregua, estamos muy lejos de llevarla a sus últimas consecuencias. Si no aprovechamos nosotros el negocio, corremos el peligro de que una empresa de viajes de riesgo nos quite la idea. Imagínense el panfleto turístico desplegable: "Visit the Basque Country. Enjoy the Kale Borroka". Disfrute de una agitada tarde de kale borroka (TM) en las calles de cualquier localidad de Euskal Herría. La empresa turística que organiza el tour más entrañable y típico del País Vasco le proporcionará camisetas, pasamontañas e incluso cócteles mólotov, si acaso desea participar en la movida. Todo ello acompañado de unas instrucciones ideológicas fotocopiadas para reforzar con bases de papel la barbarie.

Están permitidos los insultos y las amenazas a los comerciantes y peatones. Por cada cosa rota, el que lanzó la piedra o el cóctel tendrá derecho a una fotografía Polaroid, a todo color, en la que aparezca sonriente delante del malogrado escaparate o del cajero calcinado. En principio, la empresa turística debería garantizar a sus clientes que, dado el carácter ubicuo de la kale borroka (TM), gozarán de absoluta inmunidad para realizar sus actos, y que la policía siempre llegará tarde. No obstante, no se excluye la posibilidad de un enfrentamiento directo con las fuerzas del orden, en cuyo caso la organización no se hace responsable de las consecuencias de los actos del cliente o de la policía. Las drogas y el alcohol son optativos, así como otros gastos de dietas como los mecheros para encender el cóctel, o el bocata calamares de merienda después de la refriega, que no son asunto de la empresa organizadora, así que cada uno deberá de proveerse solo y autoservirse de tales complementos y vituallas. Después de la tarde de lucha, se celebrará un ágape entre los turistas participantes en una típica sidrería, como auténtico colofón gastronómico de su visita al País Vasco.

Desde luego, el plan tiene más marcha que una noche fría en Praga, es más auténtico que una visita a Disneylandia y más instructivo que ver la tele el fin de semana. Además, si el turista no desea mezclarse en tan fatigosa gira destructora, y prefiere gozar de la contemplación de la lucha urbana sin intervenir, siempre podrá seguir los pasos de los protagonistas limitándose a accionar al disparador de su cámara réflex, o desplegando el plano en mitad de la acción y poniéndose las gafas para ver en qué calle exactamente se están produciendo los destrozos. En fin, no se vaya de Euskadi sin haberlo visto. Pero, ¿serviría esta estrategia turística para pagar los destrozos? Necesitamos un estudio de viabilidad seguro. ¿Hay límite para la destrucción? Teóricamente, el único límite es cuando a uno le rompen lo suyo. Al cabo de la reflexión nietziana sobre la destrucción, llegamos a un punto en que la catástrofe funciona catársicamente en diversos planos de desgaste: material, moral, e incluso físico. La superempresa, el superhabitante, deben sobreponerse a esto y volver a subir la piedra por la pendiente como un Sísifo, para reconstruir lo destruido. Jodidos, eso sí, pero pensando que el espectáculo que ofrecemos al mundo no deja a nadie indiferente, y que somos buenos promocionándonos.

Hubo un tiempo en el que, cuando yo viajaba y decía que era vasco, de Bilbao, muchos me apuntaban con una metralleta invisible e imitaban el ruido de los disparos: "Ra-ta-ta-ta-tá". Era un chiste simple y tópico. Ahora, en cambio, dicen "Guggenheim", o dicen "bacalao al pil pil". Palabras más turísticas que "bomba"" y "atentado", palabras de paz. Un ideal del que hay demanda y que se resiste a convertirse en un souvenir. Souvenir, souvenir

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