Editorial:

Dos Marruecos

La división de opiniones sobre el papel de la mujer esconde una profunda fisura entre islamistas y modernizadores en el seno de la sociedad marroquí. Que el pasado domingo varios centenares de miles de manifestantes islamistas, incluidas mujeres, marcharan por las calles de Casablanca, mientras unos 100.000 modernizadores lo hacían por las de Rabat, es un reflejo de esta situación que indica un serio malestar social y político, que tendrán que gestionar el rey Mohamed VI y el nuevo Gobierno, cuyo nombramiento se espera en breve. De hecho, una parte de este pulso en la calle puede interpretarse...

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La división de opiniones sobre el papel de la mujer esconde una profunda fisura entre islamistas y modernizadores en el seno de la sociedad marroquí. Que el pasado domingo varios centenares de miles de manifestantes islamistas, incluidas mujeres, marcharan por las calles de Casablanca, mientras unos 100.000 modernizadores lo hacían por las de Rabat, es un reflejo de esta situación que indica un serio malestar social y político, que tendrán que gestionar el rey Mohamed VI y el nuevo Gobierno, cuyo nombramiento se espera en breve. De hecho, una parte de este pulso en la calle puede interpretarse como un intento de los diversos movimientos de tomar posiciones de cara a la formación del nuevo Ejecutivo, que en principio habría de seguir presidiendo el socialista Abderramán Yussufi.No sólo es significativo que los islamistas hayan mostrado su fuerza en la calle, sino que el poder constituido lo haya permitido, pues de otro modo no habría habido manifestación tan masiva en Casablanca. Los islamistas habían sido convocados por el Partido de la Justicia y del Desarrollo, legalizado y con presencia en el Parlamento, y también por el radical Justicia y Espiritualidad, ilegal y cuyo máximo dirigente, el jeque Abdeslam Yasin, lleva una década en arresto domiciliario. La autorización de la manifestación es aún más sorprendente, pues Yasin había publicado a finales de enero una carta abierta al rey solicitando que repatriara los fondos que, en cantidad desconocida, habría sacado del país Hassan II, padre del actual monarca, y los destinara a reducir la deuda marroquí.

El régimen ha permitido hasta ahora un desarrollo gradual y controlado del islamismo político más moderado para integrarlo en el sistema. Pero los movimientos integristas están ganando terreno en Marruecos en la misma medida en que el Estado no cumple con sus obligaciones sociales y crecen las desigualdades. Entre ellas está la vergonzante situación de las mujeres -en un 60% analfabetas, subrepresentadas políticamente, y subyugadas familiarmente-, a lo que tanto islamistas como modernizadores quieren poner remedio. El enfrentamiento se produce en torno a la manera de hacerlo. La manifestación islamista fue convocada para protestar contra el plan de desarrollo integral de la mujer -en fase de elaboración-, al considerar que va contra los principios islámicos. Los modernizadores, aunque entre ellos no estaba el partido Istiqlal, salieron a la calle en Rabat para apoyar la propuesta de revisión del derecho familiar, que, entre otras cosas, contempla elevar la edad mínima legal para el matrimonio de las jóvenes de 15 a 18 años, y la sustitución del repudio por un divorcio legal. Sin embargo, también protestaron contra las torturas y en favor de mayores libertades políticas.

Probablemente el joven rey, titular de una monarquía que saca su mayor fuente de legitimidad de la religión, intenta abrir la mano para medir el poder de cada cual antes de dar otros pasos. De momento, deja hacer. Pero ante las contradicciones que se están poniendo de relieve en la sociedad marroquí, también tendrá que hacer.

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