Tribuna:

Las manos

MIGUEL ÁNGEL VILLENA

Un agricultor castellonense compareció hace unos cuantos años en un juicio por un deslinde de tierras. Humilde y sin muchas luces, el campesino se sintió impresionado por la sobrecogedora parafernalia de los tribunales, por esa terrible puesta en escena que intimida a cualquier acusado. Con las manos en los bolsillos el labrador respondía, como Dios le daba a entender, a las preguntas de jueces y de letrados. Nervioso por la informal compostura de su cliente, el abogado defensor comenzó a susurrar insistentemente al campesino: "Las manos, las manos". Azorado y temer...

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MIGUEL ÁNGEL VILLENA

Un agricultor castellonense compareció hace unos cuantos años en un juicio por un deslinde de tierras. Humilde y sin muchas luces, el campesino se sintió impresionado por la sobrecogedora parafernalia de los tribunales, por esa terrible puesta en escena que intimida a cualquier acusado. Con las manos en los bolsillos el labrador respondía, como Dios le daba a entender, a las preguntas de jueces y de letrados. Nervioso por la informal compostura de su cliente, el abogado defensor comenzó a susurrar insistentemente al campesino: "Las manos, las manos". Azorado y temeroso, el acusado se acercó al estrado de los jueces y mostró sus manos. "Si las tengo limpias", acertó a excusarse el reo. Escuché esta escalofriante anécdota hace tiempo de labios de un magistrado de Jueces para la Democracia que pretendía ilustrar el terror reverencial que la mayoría de acusados suele observar hacia la Administración de Justicia. Ya lo expresa la sabiduría popular con esa máxima de "tengas pleitos y los ganes".

Otros valencianos, en este caso alicantinos, sufren ahora en sus propias carnes -nunca mejor dicho- esa letanía de que la Justicia en este país es cara, lenta e ineficaz. Porque ocho años después de la muerte en extrañas circunstancias de seis trabajadores de aerografía textil en Alcoy y Cocentaina, los afectados todavía aguardan el señalamiento del juicio. Desesperados y ya casi sin aliento, los familiares y amigos de aquellas víctimas denuncian estos días casos de patologías congénitas que padecen cuatro de los seis últimos hijos de afectadas por el llamado síndrome Ardystil. Tras ocho años de investigaciones, tanto magistrados como fiscales y leguleyos todavía no han determinado los agentes causales de una enfermedad que se llevó por delante varias vidas y que tal vez amargue la existencia de los vecinos de L'Alcoià durante generaciones. Todo el mundo en un Estado democrático ha de rendir cuentas de sus acciones. Pero ¿ante quién ha de comparecer un sistema judicial que condena a la incertidumbre a unas víctimas que han mostrado que tienen las manos limpias?

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