Tribuna:

Olvidados

JOSÉ LUIS FERRIS

Hace unos días coincidí en Madrid con una exposición dedicada al pintor Lorenzo Aguirre. La galería estaba desierta y sólo a los pocos minutos de comenzar a disfrutar de cada una de las obras apareció por la estancia una mujer entrada en años, de aspecto afable y con evidente disposición a satisfacer mi curiosidad. Era una de las hijas de Aguirre, la responsable de aquella extensa retrospectiva en la que se podía seguir con perfecta coherencia la evolución pictórica de uno de nuestros artistas alicantinos más olvidados.

De Lorenzo Aguirre yo mismo conocía sobre t...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

JOSÉ LUIS FERRIS

Hace unos días coincidí en Madrid con una exposición dedicada al pintor Lorenzo Aguirre. La galería estaba desierta y sólo a los pocos minutos de comenzar a disfrutar de cada una de las obras apareció por la estancia una mujer entrada en años, de aspecto afable y con evidente disposición a satisfacer mi curiosidad. Era una de las hijas de Aguirre, la responsable de aquella extensa retrospectiva en la que se podía seguir con perfecta coherencia la evolución pictórica de uno de nuestros artistas alicantinos más olvidados.

De Lorenzo Aguirre yo mismo conocía sobre todo su faceta como cartelista (fue premiado en 1925 en la Exposición des Arts Décoratifs de París) al ilustrar la fiesta de las Fogueres de Sant Joan en sus primeros años (1928-1930). Su obra estaba tan ligada a nuestra geografía levantina como la de Emilio Varela o la del propio Gastón Castelló. Sin embargo, y a pesar de su delicioso costumbrismo, del perfecto dominio del claroscuro en el paisaje, su resuelta adscripción mediterránea y la magnitud de su obra, Aguirre fue pagado a lo largo de 60 años con una efímera exposición organizada por la Caja de Ahorros Provincial de Alicante en 1984, evento que se saldó con la indiferencia de la crítica y el desinterés del público. Pero ¿a qué se debe este silencio o este olvido acaso imperdonable? Digamos que con frecuencia la sombra del pasado es también alargada, el olvido contagioso y el silencio cómodo e irreparable a veces. Y ocurre que la muerte y sus fórmulas califica y determina en muchos casos toda la historia de un hombre, y Lorenzo Aguirre es un ejemplo. Fue ejecutado un día de febrero de 1942 con garrote vil en la prisión madrileña de Porlier tras su vuelta del exilio en Francia, después de ingresar en la cárcel de San Sebastián y por un motivo tan sobrado como su relación política con el gobierno republicano. A partir de aquella fecha, sepultar su recuerdo y relegarlo al olvido resultaría francamente fácil, consecuente para algunos. Pero conviene recordar que Aguirre es un artista nuestro y, pese a ello, sigue perteneciendo al bando de los olvidados, aunque una mujer vacía de rencor y de recelo nos salga al encuentro y nos avive de repente la memoria.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En