Tribuna:

La segunda década ANDRÉS ORTEGA

Ha empezado la segunda década. La segunda de las tres que han de ocupar la transición de un mundo a otro, en particular de una Europa a otra. La primera empezó en 1989 con la caída del muro de Berlín. Ha sido una década de destrucción de un orden, y en muchos órdenes, desde el geopolítico al tecnológico. Pocas décadas han acumulado tanto cambio como los noventa. Al final, en ese año seminal que ha sido 1999, se han sembrado algunos elementos para el mundo nuevo. La segunda década ha de ser la de la construcción. Y la tercera, la del asentamiento. Tres décadas para un entresiglos que puede veni...

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Ha empezado la segunda década. La segunda de las tres que han de ocupar la transición de un mundo a otro, en particular de una Europa a otra. La primera empezó en 1989 con la caída del muro de Berlín. Ha sido una década de destrucción de un orden, y en muchos órdenes, desde el geopolítico al tecnológico. Pocas décadas han acumulado tanto cambio como los noventa. Al final, en ese año seminal que ha sido 1999, se han sembrado algunos elementos para el mundo nuevo. La segunda década ha de ser la de la construcción. Y la tercera, la del asentamiento. Tres décadas para un entresiglos que puede venir marcado por un factor central que determina esta larga transición: el devenir de Rusia. La llegada de Putin, de 47 años, a la presidencia, si la transforma en una victoria electoral en marzo, es un paso más, pero la normalización de Rusia requerirá la llegada al poder de, al menos, la siguiente generación, la de los que hoy tienen en torno a 30 años.La agenda prevista -y lo imprevisto resulta tanto o más importante como lo planeado- tan sólo para Europa aparece como compleja y sobrecargada. La UE tiene el doble desafío de la potencia y del espacio. La gestión de estos dos factores y de su calendario requerirá no sólo planeamiento, sino ante todo liderazgo político. Y de eso se ve bien poco en el actual Consejo Europeo de jefes de Estado y de Gobierno. Más allá del liderazgo personal está el peso de los países, y éstos han de ser años en que se ha de asentar Alemania si consigue digerir su unificación. Y el Reino Unido si Blair se atreve con el euro hacia 2002 o 2003.

La UE se dispone a introducir para principios de 2002 el euro físico y la eliminación de las monedas o denominaciones nacionales de los que participan en este programa. Este paso debe provocar efectos psicológicos que no ha logrado el nacimiento del euro en 1999. Falta además el rodaje de la unión monetaria, y buscar el asentamiento del euro en el mundo, incluso en instituciones como el Fondo Monetario Internacional. Y algo menos visible pero no menos importante como es el desarrollo de la otra pata, la olvidada unión económica. El euro, pues, ocupará de 2000 a 2004. En principio, la situación para tal desarrollo es buena. Las economías de la UE, en general, parecen haber recuperado la senda del crecimiento, aunque éste se podría ver afectado por dos factores: el rebote de los recortes, aplazamientos y trampas, pequeñas o grandes, que han permitido cumplir a muchos países los criterios de Maastricht. Y el posible pinchazo, o reventón, de la burbuja de Wall Street, un día, mes o año de éstos.

Durante 2000, para concluirla en principio a finales de año, la UE tiene previsto celebrar la Conferencia Intergubernamental que ha de decidir las reformas en las instituciones de la UE y poner en marcha los planes previstos para el desarrollo inmediato de la política exterior, de seguridad y de defensa común. Para 2003 tiene que estar operativo el cuerpo de ejército para operaciones de paz o de pacificación, con entre 50.000 y 60.000 hombres. Y buscar una nueva relación con EEUU, con cualesquiera que ocupen la Casa Blanca y el Capitolio a partir de enero de 2001.

Y luego está la ampliación de la UE. Los primeros ingresos podrían concretarse hacia 2005, lo que llevará a intensos forcejeos hasta 2003 o 2004 no sólo con los candidatos, sino entre los actuales Estados miembros para repartirse los costes de la ampliación -incluida una revisión de las perspectivas presupuestarias a medio camino y una nueva negociación entre 2005-2006- y una reforma de algunas políticas comunes, principalmente la agrícola. En cuanto a la vecinidad, en el Mediterráneo o en Rusia, mucho está cambiando. Probablemente para bien en el sur. No necesariamente en un sentido prooccidental, como ya se ha advertido, en Rusia.

Así, se llega a 2007, cincuentenario del Tratado de Roma, fecha algo más que simbólica, pues de aquí a entonces los Estados de la UE deberán decidir si dar o no un nuevo salto en la integración política y haber resuelto el mapa de Europa. Mejor con que sin Rusia.

aortega@elpais

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