Tribuna:

Retrato de familia FRANCESC DE CARRERAS

Al final, Jordi Pujol ha resuelto lo mejor posible la difícil papeleta que tenía ante el debate de investidura. Ha dado muestras de realismo, ha sabido extraer enseñanzas de los recientes resultados electorales y, sobre todo, ha puesto en su lugar -el que a él más le conviene- al PP y a ERC, los dos partidos con los que confía gobernar en la legislatura que ahora comienza si en las próximas elecciones generales la situación actual se mantiene estable. En cambio, quienes no pueden mostrarse contentos son, precisamente, estos dos partidos, los cuales, por razones muy distintas, han demostrado, u...

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Al final, Jordi Pujol ha resuelto lo mejor posible la difícil papeleta que tenía ante el debate de investidura. Ha dado muestras de realismo, ha sabido extraer enseñanzas de los recientes resultados electorales y, sobre todo, ha puesto en su lugar -el que a él más le conviene- al PP y a ERC, los dos partidos con los que confía gobernar en la legislatura que ahora comienza si en las próximas elecciones generales la situación actual se mantiene estable. En cambio, quienes no pueden mostrarse contentos son, precisamente, estos dos partidos, los cuales, por razones muy distintas, han demostrado, una vez más, su incapacidad de salirse de la órbita de CiU. Desde la noche electoral, Pujol ha dado muestras, incluso físicas, de estar muy desanimado, en cierta manera de estar abatido e, incluso, súbitamente envejecido. No obstante, es muy probable que en estas semanas haya reflexionado sobre su situación y la de su partido, haya efectuado consultas a personas de su confianza, tanto dentro de su partido como, sobre todo, más allá del partido, en su entorno social y empresarial.

La conclusión a la que ha debido llegar es la que muestra una lectura desapasionada de las frías cifras electorales: los malos resultados electorales obtenidos por Convergència son debidos a causas diversas, pero sobre todo a una política de progresiva radicalización nacionalista. De ahí la abstención, de ahí también un cierto trasvase de voto a Maragall. Consecuencia de todo ello: necesidad de un giro hacia la moderación y abandono de una línea política que tuvo sus momentos culminantes en la aprobación de la nueva ley de la lengua y de la firma de la Declaración de Barcelona. La foto de Pere Esteve junto a Arzalluz y Beiras le ha quitado muchos más votos de los que le ha aportado.

Consecuencia que de todo ello ha sacado Pujol: no hacer caso de las demandas del consejo nacional de su partido, ni de Òmnium Cultural, ni de los artículos en el Avui de sus cachorros preferidos, todos ellos partidarios de hacer un frente común con ERC, sino ser consecuente con las indicaciones que se desprendían de los resultados electorales, es decir, buscar el pacto con el PP. A los militantes es fácil controlarlos, a sus disgustados empresarios los puede perder para siempre. Lo dijo ya hace muchos días un poder fáctico tan importante como es Marta Ferrusola: las razones del corazón nos llevan hacia un lado, pero las del cerebro hacia el lado contrario. Tras la investidura, habiendo ya superado el trauma de reconciliar cerebro y corazón, Pujol ha vuelto a ser el político seguro de sí mismo que ha sido siempre.

En muy distinta posición han quedado los partidos que dirigen Carod Rovira y Alberto Fernández. Los presuntos pactos, formalizados por escrito, no son más que humo, foc d"encenalls, que decimos en catalán, para disimular que su actitud no es otra cosa que una rendición sin condiciones ante un partido que les tiene, por razones distintas, estrechamente amarrados. La confianza de Maragall y de Ribó en que Esquerra es de izquierdas aparece como infundada, aunque no hay duda que sectores importantes de la dirección de este partido no están de acuerdo con las posiciones oficiales, lo cual puede dar lugar, en el futuro, a fuertes tensiones internas. En todo caso, ERC ha actuado con la misma subordinación a CiU que ha tenido siempre y, una vez más, se ha demostrado que tres palmaditas de Pujol en la espalda del Carod de turno hacen cambiar tácticas y estrategias en breves instantes.

También lamentable, por razones muy distintas, ha sido, al final, la actuación de los populares catalanes. En este caso su posición no ha estado determinada por ninguna palmadita en la espalda, sino por una llamada desde La Habana. Duro golpe para el PP local, al que se le exige, a pesar de este trato, que obtenga buenos resultados en Cataluña. Además, tiene que aguantar las impertinencias demagógicas de Pujol, el cual contestó a Alberto Fernández -que realizó con encomiable valor parte de su discurso en castellano, ante el silencio de los diputados nacionalistas: algo hemos ganado en tolerancia respecto a tiempos pasados- que "para poder hablar en catalán en el Parlament los catalanes hemos sufrido mucho". Pujol sabe -o debería saber- que ello no es cierto.

Lo que sí es cierto, en cambio, es que muchos ciudadanos de Cataluña, tanto de lengua materna catalana como de lengua materna castellana, lucharon -y quizás sufrieron- para que Cataluña tuviera un estatuto de autonomía y, por consiguiente, un Parlament donde se pudieran expresar con libertad, es decir, entre otras cosas, en la lengua que voluntariamente escogieran. Lo importante de un Parlamento es que se trata de un ámbito en el que se habla, se dialoga, siendo secundario la lengua que se utilice mientras todos la entiendan. Con muchos acentos se coreó el famoso Llibertat, amnistia i estatut d"autonomia. A su vez, hay que decir también que muchos ciudadanos de este país, de lengua materna catalana o castellana, ni lucharon ni sufrieron ni clamaron por estos ideales y, además, estaban en contra de ellos. Hay que acabar de una vez con el tópico de la patrimonialización tribal de nuestras instituciones democráticas.

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