Aglomeración rockera y bailongo con salsa

Las fiestas de la Mercè comenzaron con grandes aglomeraciones humanas en el centro de Barcelona. En realidad, cada año sucede lo mismo, es una constante de la fiesta mayor barcelonesa, pero siempre sorprende que la plaza de Catalunya se quede pequeña. Y el pasado jueves por la noche volvió a quedarse pequeña. En la parte central era imposible moverse a causa de la densidad humana, en los laterales se agolpaban los que habían llegado tarde, desilusionados por no poder ver ni oír prácticamente nada, y en las calles que rodean la plaza los coches se convertían en una especie de lenta marabunta me...

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Las fiestas de la Mercè comenzaron con grandes aglomeraciones humanas en el centro de Barcelona. En realidad, cada año sucede lo mismo, es una constante de la fiesta mayor barcelonesa, pero siempre sorprende que la plaza de Catalunya se quede pequeña. Y el pasado jueves por la noche volvió a quedarse pequeña. En la parte central era imposible moverse a causa de la densidad humana, en los laterales se agolpaban los que habían llegado tarde, desilusionados por no poder ver ni oír prácticamente nada, y en las calles que rodean la plaza los coches se convertían en una especie de lenta marabunta metálica. El jueves por la noche ni las palomas se acercaron a la plaza de Catalunya y hasta en las fuentes se formaron largas colas de sedientos. La causa de todo ese barullo fue el triple concierto presentado por la cadena SER que reunió sobre el inmenso escenario situado tras las fuentes (apagadas) tres de los nombres puntales del panorama rockero catalán: Gossos, Ja t"ho Diré y Sopa de Cabra. El público, por supuesto, eminentemente joven y con ganas de fiesta. El escenario, suficientemente grande. El sonido, aceptable. La temperatura, magnífica. Prácticamente todos los ingredientes para convertir esa primera noche de fiesta mayor en un pequeño acontecimiento, excepto para los que, ingenuos, habían pretendido llegar hasta el mismo centro en coche. En La Rambla seguía la fiesta. No se habían colocado escenarios ni había grupos interpretando música, pero la presencia humana era la tónica dominante. Un grupo de gigantes y cabezudos corría ya en busca de un merecido descanso. Algunas estatuas humanas tenían esa noche más público del que la mayor parte de los compositores contemporáneos consiguen reclutar en los conciertos en que se interpretan sus obras. Rock, vals y merengue Pasadas las 23.00 horas, en la plaza de Sant Jaume se vivía ya el ambiente de fiesta que busca crear esa multitudinaria Nit de les Orquestres que desde hace varios años llena el primer día festivo. Tras un rock sinfónico atronador, los históricos Montgrins atacaban un merengue de Juan Luis Guerra, o unos valses vieneses, y el público se apuntaba a todos los géneros musicales con el mismo entusiasmo. En los accesos a la plaza se obsequiaba a la gente con un carnet de baile con los títulos de las canciones para que fueran apuntando sus evoluciones danzantes; todo un detalle. La plaza no estaba llena, pero casi. Igual sucedía en la avenida de la Catedral. Otra orquesta histórica, esta vez cubana, la Orquesta Aragón, exponía su saber ante un público bastante numeroso que, posiblemente, nada conocía de los Aragones, pero que se dejaba atrapar por su bella sonoridad de charanga (flauta, cuatro violines y ritmo) y por un ramillete de temas de lo más popular (¡hasta versiones de Domenico Modugno con sabor cubano!). La Orquesta Aragón está de gira celebrando su 60º aniversario y ante la iluminada catedral barcelonesa demostró aquello de que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Sería interesante que regresaran a un escenario más convencional para poder ver cómo se defienden ante un público menos festivo. Mientras la Orquesta Aragón se movía entre boleros, sones y cha-cha-chás, los taxi-balls volvieron a funcionar entre el público para consuelo de solitarias y solitarios. A cada nuevo tema, las lucecitas verdes situadas en sus sombreros se tornaban inmediatamente rojas y los profesores de baile, convertidos esa noche en taxis humanos, añadían a la fiesta una nota de color.

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