La fiesta estuvo en la calle

El centro de Barcelona estaba ayer lleno de gente. Las multitudes se desparramaban desde la plaza de Sant Jaume y ocupaban calles, plazas y callejas con semblante festivo y tono de bullicio, que no hay que confundir con murga. Así lo entendieron un centenar de ciudadanos que se concentraron ante la basílica de la Mercè para protestar contra la "contaminación acústica", que es como ahora se llama al ruido. Acudieron en silencio y con pancartas a quejarse de lo que soportan día y noche ante, recordaron, una pasiva Guardia Urbana. A la iglesia iba el personal por motivos diferentes. Unos a decir...

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El centro de Barcelona estaba ayer lleno de gente. Las multitudes se desparramaban desde la plaza de Sant Jaume y ocupaban calles, plazas y callejas con semblante festivo y tono de bullicio, que no hay que confundir con murga. Así lo entendieron un centenar de ciudadanos que se concentraron ante la basílica de la Mercè para protestar contra la "contaminación acústica", que es como ahora se llama al ruido. Acudieron en silencio y con pancartas a quejarse de lo que soportan día y noche ante, recordaron, una pasiva Guardia Urbana. A la iglesia iba el personal por motivos diferentes. Unos a decir misa, otros a escucharla; algunos deseaban visitar el camarín de la Virgen. Tantos eran que la cola se prolongaba por toda la calle Ample y daba la vuelta hasta casi entrar en Capitanía. Siempre, en estos casos, hay quien no puede esperar. Así le ocurría una señora que porfiaba a la entrada: -He venido aposta desde Mallorca para ver a la Virgen, que es Mercedes como yo. -La verá, mujer, la verá. En un cuarto de hora. La urgencia la llevó en dirección contraria a la larga cola. Al principio de la calle paseaba con sosiego tres abueletes. -No pasaba por aquí desde hace años. Pero está igual. El hombre explicaba que visitó Barcelona cuando hacía la mili en Sant Climent. Tardó, aseguraba, día y medio en llegar en tren a la ciudad. Y el olor a orines era el mismo. Realmente, la calle Ample muestra profundos restos de maloliente líquido. Alguno será de un perro, pero otros parecen de bípedos implumes, que es como un filósofo definió al hombre hasta que otro le lanzó una gallina desplumada. Buena parte del personal quería ver los castells de la plaza de Sant Jaume. Llegar era difícil, y verlos, más. Un gran inconveniente era una pancarta de las JERC. Un grupo de mujeres se encaró con los muchachos: -Sois unos poca-soltes y unos busca-raons. No vemos nada. -Déjalos, si los pagan ellos- dijo una del grupo, apuntando hacia Jordi Pujol, que estaba en el balcón del Ayuntamiento. Barcelona batió ayer el record de castells de dos: padre abajo, encima el hijo y, a veces, la madre haciendo piña. Pero eran castells poco apreciados, quizás porque había decenas. Desde La Rambla fluía gente por la calle de Ferran hacia la plaza, en un vano intento de desafiar la ley física de la impenetrabilidad de los cuerpos. O quizás huía de una avenida también llena. Parte de los paseantes aprovechaban para entrar en la Virreina. Unos para ver los gigantes que se concentraban en el vestíbulo; otros para visitar la exposición El jardín de Eros, que competía en vano en erotismo con una calle llena de color y exuberancia. La plaza de Catalunya había sido tomada por casetas de asociaciones cívicas. No deja de ser sintomático que, desde espacios cedidos por el Ayuntamiento, se pidan firmas contra algunos proyectos que auspicia el equipo municipal. Un ejemplo: el proyecto Barça 2000. Pese a la goleada a la Fiore, las listas de firmas en contra de la voluntad de Josep Lluís Núñez seguían creciendo. Lo que no había -o había pocos- era autobuses. La compañía no pensó que ayer la gente iba a ocupar el centro y dio fiesta a los empleados. A eso se llama previsión.

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