Tribuna:

Test

Ana es experta en eso de presentarse a convocatorias para intentar colocarse en la cosa pública o semipública. Tanto lee la prensa diaria como los boletines oficiales, que maneja con tal destreza que diríase los ha adoptado como libros de cabecera. No lo ha conseguido, pese a su empeño, pero su memoria es una enciclopedia acerca de maliciosas preguntas que los organismos públicos, o semipúblicos, introducen en los cuestionarios de las llamadas pruebas de inteligencia, que ya se sabe están redactados con trampa para facilitar una criba preconcebida para que aquello tenga apariencia de normalida...

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Ana es experta en eso de presentarse a convocatorias para intentar colocarse en la cosa pública o semipública. Tanto lee la prensa diaria como los boletines oficiales, que maneja con tal destreza que diríase los ha adoptado como libros de cabecera. No lo ha conseguido, pese a su empeño, pero su memoria es una enciclopedia acerca de maliciosas preguntas que los organismos públicos, o semipúblicos, introducen en los cuestionarios de las llamadas pruebas de inteligencia, que ya se sabe están redactados con trampa para facilitar una criba preconcebida para que aquello tenga apariencia de normalidad. Ana lo sabe, pero no desiste. Ni lo hará. No porque mantenga confianza en el sistema, sino porque se sabe centro de toda reunión social que desemboque en conversación sobre oposiciones, examinadores y aspirantes. El pasado fin de semana se celebraron las primeras pruebas de selección de personal para Terra Mítica. Y allí estaba Ana, con su DNI en regla, un lapicero del número 2 (homologado, claro), una goma de borrar con forma de Pato Donald, a juego con el exámen, y su carta de citación con número de candidatura. Rellenó Ana el cuestionario con celeridad. Disponía de 45 minutos para 60 preguntas, y por experiencia personal sabe que siempre hay dos o tres cuestiones que consumen la paciencia y más de la mitad del tiempo concedido. De repente dio con la trampa. "¿Sientes simpatía por los mendigos?" ¿Qué contestar? Echó mano de sus recuerdos, y le vino a la cabeza un interrogatorio similar que respondió, también en Benidorm, unos años antes, cuando optaba a una plaza de guardaplayas y los examinadores preguntaron, literalmente, qué haría si veía a un gitano en la playa. "Pues lo mismo que si veo a un vikingo", contestó ella. "Absolutamente nada, salvo desearle un buen baño". Aquel suspenso, y la vinculación político-ideológica de aquellos y estos examinadores, empujó a Ana a responder contra sus convicciones. "Los desprecio", mintió. Jamás ha estado más segura de superar una prueba.

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