"Si volvemos, morimos"

Para el centenar de rumanos que malviven en las afueras del campamento del camino de San Roque, en Fuencarral, la posibilidad de volver a su país es sinónimo de terror. "¿Rumania? No, no", decían ayer, casi en coro y con cara de asombro. La respuesta a la proposición del Ayuntamiento de pagarles el billete de regreso a Rumania fue unánime: no. "Allí no tenemos comida, no tenemos dónde dormir y no tenemos trabajo. Nos tratan muy mal", decía Georgeta, una joven de 18 años y madre de una niña de nueve meses. Mihai, de 30 años, parecía querer olvidar su vida en Rumania: "No tenía casa, no tenía n...

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Para el centenar de rumanos que malviven en las afueras del campamento del camino de San Roque, en Fuencarral, la posibilidad de volver a su país es sinónimo de terror. "¿Rumania? No, no", decían ayer, casi en coro y con cara de asombro. La respuesta a la proposición del Ayuntamiento de pagarles el billete de regreso a Rumania fue unánime: no. "Allí no tenemos comida, no tenemos dónde dormir y no tenemos trabajo. Nos tratan muy mal", decía Georgeta, una joven de 18 años y madre de una niña de nueve meses. Mihai, de 30 años, parecía querer olvidar su vida en Rumania: "No tenía casa, no tenía nada. Aquí en España tengo La Farola (un periódico que venden los indigentes), pero allá no tenemos trabajo ni dinero para comer".

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Mario, un joven de 18 años y padre de un bebé de 11 meses, recuerda con cierta amargura sus años en Bucarest: "Salimos de allí porque no había nada". Él y su mujer, Claudia, que tan sólo tiene 17 años, llegaron a España en lo que llaman un "coche grande", a bordo del cual viajaron varios días. Con ellos venían sus padres y los hermanos de cada uno. "Cuando llegamos aquí no sabíamos que esto era España y no entendíamos español", cuenta Mario en italiano, idioma que, asegura, aprendió en una escuela de Rumania. Los detalles sobre la aventura que vivió antes de llegar a suelo español dice no recordarlos bien. Sólo da algunas señas: "Nos trajo un señor y como no teníamos dinero nos quitó los documentos".

Mario y su familia están seguros de no querer regresar: "Si vamos a Rumania nos morimos", declara convencido.

Lo mismo sienten los otros rumanos que no figuran en el censo elaborado por las ONG. Ayer, sin embargo, el posible regreso no era lo que más les preocupaba, sino su suerte en Madrid: "¿Qué tengo que hacer para entrar al campamento? Mi niña lleva varios días durmiendo en la calle. Yo antes estaba en Malmea, y ahora volví y no me dejan pasar", se quejaba María.

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