Una década de poder rural
Los barones populares del clan de la boina constituyen una mezcla entre el viejo poder rural y la nueva clase política nacida al calor de las instituciones autonómicas, a la que poco interesa lo que ocurra fuera en tanto le dejen gobernar su casa. Y en su casa han sido los jefes durante una década. Han repartido a los militantes carnés con diseño galleguizado y han convocado los congresos sin preguntar siquiera a la dirección nacional. Nadie del entorno de Aznar se atrevía a entrometerse en los dominios de Fraga, y éste, para no reabrir heridas, consentía que en las provincias mandasen ...
Los barones populares del clan de la boina constituyen una mezcla entre el viejo poder rural y la nueva clase política nacida al calor de las instituciones autonómicas, a la que poco interesa lo que ocurra fuera en tanto le dejen gobernar su casa. Y en su casa han sido los jefes durante una década. Han repartido a los militantes carnés con diseño galleguizado y han convocado los congresos sin preguntar siquiera a la dirección nacional. Nadie del entorno de Aznar se atrevía a entrometerse en los dominios de Fraga, y éste, para no reabrir heridas, consentía que en las provincias mandasen sus barones. Uno de ellos, Cuiña, acumuló un poder que preocupaba cada vez más a la dirección nacional.Tras el aviso de las municipales, Fraga consultó con el secretario general del PP, Javier Arenas, y entre ambos decidieron renovar. Cuiña ya ha dimitido como número dos del partido, pero aún le quedan resortes, en la Xunta y en la Diputación de Pontevedra. Y de momento, a Cacharro y a Baltar, con sus respectivas recolectoras de votos -más del 50% en todas las elecciones-, no los mueve nadie.
El resultado es que la sucesión de Fraga sigue tan inmadura como hace una década y que el presidente ya no tiene más opción que presentarse de nuevo a los comicios previstos para el otoño del 2001, cuando estará a punto de cumplir 79 años.