Tribuna:

Por una campaña leal FRANCESC DE CARRERAS

Final de vacaciones con elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina. Créanme: ¡qué pereza! El último round de toda pugna electoral siempre es algo fatigante, especialmente para quien se dedica sistemáticamente a analizar la realidad política más inmediata. No son malos tiempos para la lírica -como diría Brecht-, sino malos tiempos para la lógica; tiempos de exceso de sentimientos y pasiones, de subjetividad ciega ante la realidad. Frente a tal peligro tiene uno que prevenirse, mantener la cabeza fría y la razón alerta. Ahora bien, mantener la objetividad no quiere decir esconder la cabez...

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Final de vacaciones con elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina. Créanme: ¡qué pereza! El último round de toda pugna electoral siempre es algo fatigante, especialmente para quien se dedica sistemáticamente a analizar la realidad política más inmediata. No son malos tiempos para la lírica -como diría Brecht-, sino malos tiempos para la lógica; tiempos de exceso de sentimientos y pasiones, de subjetividad ciega ante la realidad. Frente a tal peligro tiene uno que prevenirse, mantener la cabeza fría y la razón alerta. Ahora bien, mantener la objetividad no quiere decir esconder la cabeza bajo el ala y perder todo sentido crítico. Precisamente se trata de lo contrario. Se trata de ser crítico con unos y con otros: analizar sus propuestas, examinar su coherencia, su conveniencia, intentar desvelar sus intereses ocultos; suministrar, en fin, al lector un material de reflexión que le ayude a decidir un voto razonado y consciente. Se trata, en fin, de que el elector actúe, en el momento decisivo de depositar su papeleta en la urna, lo más libremente posible. Ello implica, por un lado, que el elector debe saber exactamente cuáles son los problemas que le afectan, ser consciente de sus propios intereses y, por otro, conocer las soluciones que, unos partidos y otros, aportan a estos problemas. Sólo a partir de estas premisas podremos considerar que su voto es una opción ejercida desde la libertad. Las presentes elecciones revisten, además, una específica importancia. Son un tipo de elecciones que en el lenguaje de la ciencia política se llaman "elecciones disputadas", es decir, aquellas en las que el resultado no está previsto de antemano. En este caso, las razones de esta situación son conocidas. Primero, el partido que ha gobernado en los últimos 20 años está en un proceso de desgaste -y no sólo por el paso del tiempo- que se ha acelerado en los cuatro últimos años. Segundo, al fuerte liderazgo del presidente Pujol se opone, por primera vez, un candidato de la oposición con una también muy poderosa personalidad política, contrastada públicamente en su anterior cargo de alcalde de Barcelona. Nos encontramos, por tanto, ante unos comicios disputados, es decir, de resultado incierto. Ante tal realidad, debemos exigir a los partidos políticos la observancia de unas mínimas reglas, las mínimas reglas necesarias para que el voto ciudadano sea auténticamente libre en el sentido que antes indicábamos: es decir, que sea un voto consciente y racional. Para que ello sea así, la campaña electoral, más allá de cumplir con los requisitos legales, debe ser una campaña leal, es decir, una campaña en la cual el ciudadano no se sienta objeto e instrumento de unos poderes superiores -poderes políticos, económicos, mediáticos-, sino el auténtico sujeto de un proceso democrático. La clave para que una campaña electoral pueda ser calificada de leal reside en el tratamiento que se da a la información. Como nos enseñaba el profesor Jiménez de Parga en los tiempos del franquismo, un ciudadano sólo es libre cuando se le ofrece la posibilidad de estar bien informado. Y la buena información depende de dos factores: del continente y del contenido. El continente son los medios de información, que en toda circunstancia deben ser honestos respecto a la verdad de los hechos y que, en caso de ser públicos, deben mostrar un plus de imparcialidad. Si la información es poder, nunca es, por lo general, tanto poder como en las semanas anteriores a unas elecciones. La actitud de los medios en estas próximas semanas será decisivo, por tanto, para que el resultado electoral sea el fiel reflejo de un voto ciudadano libre. Pero más allá del continente está el contenido: ahí la responsabilidad es de los partidos políticos. Los lemas simplificadores, las aburridas fotografías de los líderes, los meros símbolos que pretenden ocultar la realidad, las imágenes que actúan sobre el subconsciente de las personas, son propaganda política de la peor especie, inventada, no lo olvidemos, por Goebbels, ministro de información de Hitler. Frente a ello, los partidos deben presentar explicaciones racionales de lo que pretenden hacer en el futuro y, por parte de la oposición, críticas a lo que se ha hecho hasta el presente. En definitiva, pedagogía política razonable -explicar los motivos de cada opción- y realista -concretar los medios materiales con los que se cuenta para llevarlas a cabo. ¿Seremos capaces de hacer una campaña electoral de este tipo? Por el momento, no vamos en la buena dirección. Sólo dos ejemplos obvios: por parte de Pujol, la paga extra a determinados pensionistas no es otra cosa que una módica inversión -¡a cargo de fondos públicos!- en propaganda electoral para su partido; por parte de Maragall, todavía no ha presentado un programa de gobierno mínimamente detallado para que los ciudadanos puedan decidir reflexivamente su voto. Hay tiempo para rectificar. Ello será así en la medida en que los partidos crean que la sociedad catalana es lo suficientemente madura como para agradecer la postura de quienes consideren que la mejor propaganda electoral es aquella que se distancia del modelo de Goebbels y trata a los ciudadanos como personas racionales y razonables. En definitiva, aquella opción que pretenda gobernar a hombres realmente libres.

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