Tribuna:

Tiempos nuevos

Las hablas urbanas actuales son un ejemplo de la pujanza del andaluz, no como dialecto divergente, o anómalo, del castellano, sino como modalidad progresiva del español, que siempre fue. Lo que ocurre es que en esa esfera de la comunicación, sin trabas, se detectan los fenómenos de cambio con mayor claridad, en un hervidero de coloquialismos, neovulgarismos, neologismos pasajeros -otros se hacen firmes-, que apenas da tiempo a registrar. Pero ahí es donde está el futuro del idioma, y donde se muestran, por suerte, las mayores tendencias unitarias, bajo apariencia de caos. No hay que olvidar qu...

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Las hablas urbanas actuales son un ejemplo de la pujanza del andaluz, no como dialecto divergente, o anómalo, del castellano, sino como modalidad progresiva del español, que siempre fue. Lo que ocurre es que en esa esfera de la comunicación, sin trabas, se detectan los fenómenos de cambio con mayor claridad, en un hervidero de coloquialismos, neovulgarismos, neologismos pasajeros -otros se hacen firmes-, que apenas da tiempo a registrar. Pero ahí es donde está el futuro del idioma, y donde se muestran, por suerte, las mayores tendencias unitarias, bajo apariencia de caos. No hay que olvidar que el castellano procede del latín vulgar y no del que escribía Cicerón. En los años ochenta, un grupo de profesores de la Universidad de Sevilla, comandados por Vidal Lamíquiz, llevaron a cabo un estudio sociolingüístico sobre el habla urbana de Sevilla, editado en 10 tomos, de incalculable valor. Y más conforme pasa el tiempo. Por centrarnos sólo en un aspecto, el del léxico, es muy ilustrativo reseñar lo que ocurrió con el esfuerzo del profesor Fernando Rodríguez Izquierdo en inventariar y distinguir los neologismos cultos de los neologismos populares, y la oferta que él mismo hizo a la Academia para que los incorporase al Diccionario, en la nueva edición que entonces se preparaba, la de 1992. De un total de 166 neologismos recogidos en el nivel popular, y 34 del nivel culto, la Academia sólo admitió uno de éstos, pastiche. Fuera quedaron palabras o acepciones ya consolidadas como: sieso (antipático), viejo/a (padre, madre), cubata (cubalibre), enrollarse (tener un juego amoroso sin compromiso), pija (cursi, de buena familia), currelo (trabajo), facha (fascista), futbito, liguilla, mijita, capillita, jartá, kilo (millón), regulín, cacharritos (atracciones de feria), papear (comer), y un largo etcétera. Por no aceptar, no aceptaron ni socialdemocracia. Para qué les voy a contar de expresiones como de puta madre (que rápidamente aprendió un kosovar de los acogidos en Mollina, para significar lo bien que lo estaban tratando), o hacer puñetas, que ya es casi un arcaísmo. Bueno está que sobre algunos términos de rabiosa actualidad, como pureta, corgao, es que te cagas, la noble institución ejerza unos tiempos de cautela, pero no que siga negando la incorporación al diccionario de voces y expresiones más que asentadas, todavía no sabemos por qué. Pues tampoco se ve un criterio homogéneo, si de pronto te encuentras con chungo, o canuto (cigarro de hachís; por cierto, ¿por qué no jachís, que es lo que dice todo el mundo?). El idioma corre que se las pela, pero en estos tiempos el Diccionario tiene que acelerarse también, o dejará de ser un instrumento útil, para convertirse en un instrumento de tortura, especialmente, sobre el andaluz. Para no variar.

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