"V. I. puede pintar"

RETRATOS,Cuando Fernando González Zubieta tenía 11 años, se acercó a su padre y le dijo: "Tenemos que hablar. Vamos a la sala baja". Entraron, se sentaron y el niño se explicó. "Ya sé lo que quiero ser: pintor profesional". Desde entonces han pasado casi 40 años, y, por supuesto, González pinta. Pero no para ganarse la vida: es magistrado de la Sala Primera de la Audiencia Provincial de Málaga. Hace poco acabó los retratos de los cuatro presidentes del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Uno de ellos llama mucho la atención: el de Juan Ignacio Pérez Alférez. Es un cuadro que mira con ...

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RETRATOS,Cuando Fernando González Zubieta tenía 11 años, se acercó a su padre y le dijo: "Tenemos que hablar. Vamos a la sala baja". Entraron, se sentaron y el niño se explicó. "Ya sé lo que quiero ser: pintor profesional". Desde entonces han pasado casi 40 años, y, por supuesto, González pinta. Pero no para ganarse la vida: es magistrado de la Sala Primera de la Audiencia Provincial de Málaga. Hace poco acabó los retratos de los cuatro presidentes del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. Uno de ellos llama mucho la atención: el de Juan Ignacio Pérez Alférez. Es un cuadro que mira con ojos lúcidos, calmados, un poco inquisitivos; un cuadro bañado en la luz pacífica y penetrante de la tradición holandesa. Todo tiene su raíz. En la casa donde vivía de chico, en Lucena (Córdoba), había láminas de pintura holandesa. "Las miraba y paladeaba el barro, las cucharas... No me explicaba cómo era posible". Un día cogió el lápiz y trató de imitar una estampa. "Vi que se parecía, que podía hacer cosas con la mano", cuenta. Su madre le regaló la paleta de su abuela y le dio dinero para que comprase óleos. "¿Y eso qué es?", preguntó. "Como mantequilla de colores". En el internado de Jaén donde hizo el bachillerato dibujaba amaneceres profundamente azules a bolígrafo, en hojas de cuadritos. También retrataba a sus compañeros de clase. Y se puso a copiar desde muy joven; Vermeer, Van Eyck, Rembrandt... "Copiar a Vermeer me enseñó a pintar". Mientras estudiaba Derecho (y dos cursos de Bellas Artes) en Granada, llegó a un acuerdo con un anticuario de la Plaza Nueva para venderle copias minuciosísimas. Así se compró un coche. Pero no dejó de dibujar; iba por la calle, tropezaba con figuras curiosas y las recogía en su cuaderno. De estudiante no le faltaba tiempo para el arte, pero ahora que es magistrado tiene que buscarlo debajo de las piedras. Se levanta temprano y pinta desde las 7 de la mañana. Luego, a la Audiencia. Después, por las tardes, pinta de nuevo. "He compaginado las dos cosas toda la vida", explica. Sobre la mesa de su despacho, el Trigal de los cipreses, de Van Gogh, le da la razón. "El arte es lo único que merece la pena, lo único que hace que el hombre deje de ser un animal". "Vermeer, Van Gogh, Velázquez, Klimt y el adagio del Concierto nº 21 para piano y orquesta de Mozart son la esencia de mi vida", dice el magistrado. "Hay que escuchar música mientras se pinta, las dos cosas están casadas en la mente del pintor". Un ejemplo: cuando escucha el Invierno de Vivaldi, le vienen a la cabeza imágenes de Brueghel. "Me interesa el realismo fotográfico, no el hiperrealismo, que es muy frío". González prefiere pintar a la gente que conoce. Lo que más le gusta es el momento en que los ojos del retratado cobran vida y le miran. "Eso no se cambia por nada". De él se dice que será recordado por su modo de pintar los ojos y las manos. Admira a tres pintores en España: a Antonio López, "por su obra ensoñadora", a Félix Revello de Toro, "por su manera de retratar" y a Ricardo Macarrón, "tan valiente para el color". "Yo, cuando sea mayor, quiero ser Macarrón". El último detalle. González preguntó al Consejo General del Poder Judicial si hacer retratos era incompatible con la magistratura. Le contestaron en un oficio impecable: "No. V. I. puede pintar".

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