Tribuna:

Leche

MIQUEL ALBEROLA El gran asunto de Gengis Khan, aparte de su excepcional sentido para la organización social que tanto entusiasmó a micer Marco Polo, consistió en hacer de la leche de burra el máximo elemento de cohesión de su pueblo, hasta compactar un nacionalismo lácteo ciertamente nutritivo. A menudo en los fundamentos de las grandes empresas hay ingredientes muy simples, acaso para sostener una simetría con los fracasos estrepitosos alimentados con entramados sofisticados. Debajo del imperio del Gran Khan sólo hubo la ración de leche que el ejército de tártaros ordeñaba a sus burras, que ...

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MIQUEL ALBEROLA El gran asunto de Gengis Khan, aparte de su excepcional sentido para la organización social que tanto entusiasmó a micer Marco Polo, consistió en hacer de la leche de burra el máximo elemento de cohesión de su pueblo, hasta compactar un nacionalismo lácteo ciertamente nutritivo. A menudo en los fundamentos de las grandes empresas hay ingredientes muy simples, acaso para sostener una simetría con los fracasos estrepitosos alimentados con entramados sofisticados. Debajo del imperio del Gran Khan sólo hubo la ración de leche que el ejército de tártaros ordeñaba a sus burras, que fueron el grueso de su caballería y único sustento más allá de alguna esporádica marmota asada. La clave fue mover al ejército con este combustible tan humilde. Gengis Khan reunió millares de pastores tártaros para salir de los desiertos de Manchuria, adonde habían huído de Ong Khan, quien se hacía llamar Preste Juan desde su conversión al cristianismo y pretendía su diezmo y su división y dispersión por Asia. No transportaban avena ni heno para la caballería, que comía por el camino, ni más víveres que un odre de cuero para beber leche. En ocasiones llevaban diez libras de leche seca, que lograban después de cocerla, quitarle la nata y ponerla al sol. Cada hombre cogía media libra, la metía en el recipiente, echaba agua y se ponía a cabalgar hasta que se convertía en sirope y se la bebía como almuerzo. En otras ocasiones, ante la necesidad de agua, vivían de la sangre de los caballos. Pinchaban una vena con el puñal, acercaban la boca y bebían hasta saciarse. Con esta minuta y con la ayuda de un dios de fieltro y tela, que protegía la propiedad y la familia, vencieron al Preste Juan en la llanura de Tenduc, y luego se emborracharon con kimiz, que no es otra cosa que leche de burra fermentada. Por este motivo, cada 28 de agosto el Gran Khan de turno cumplía con el sacramento de ordeñar a su remonta de yeguas blancas, de las que sólo se alimentaban él y sus descendientes, y derramaba la leche en copas de fiesta por el aire y por el suelo para que todos los espíritus e ídolos bebiesen y prosperasen los asuntos. A veces sólo las cosas muy sencillas pueden mantener en pie imperios.

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