Tribuna:

LA CRÓNICA Cinefobias SERGI PÀMIES

Los recientes cierres de los cines Bailén, Arkadin y Astoria han reabierto el grifo de la nostalgia cinéfila. Cíclicamente, el virus de cualquier-cine-pasado-fue-mejor nos asalta con sus tópicos y hay que estar muy atentos para no ser arrastrados por los complacientes tentáculos del Lo Que Pudo Haber Sido y No Fue. Les confieso que celebré el cierre de los cines Arkadin y del Astoria (no así el del Bailén). En el Arkadin he pasado mis peores horas como cinéfilo y, a pesar de haber visto allí muchas y grandes películas (el memorable ciclo de clásicos de la Paramount, aquel minoritario y exquisi...

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Los recientes cierres de los cines Bailén, Arkadin y Astoria han reabierto el grifo de la nostalgia cinéfila. Cíclicamente, el virus de cualquier-cine-pasado-fue-mejor nos asalta con sus tópicos y hay que estar muy atentos para no ser arrastrados por los complacientes tentáculos del Lo Que Pudo Haber Sido y No Fue. Les confieso que celebré el cierre de los cines Arkadin y del Astoria (no así el del Bailén). En el Arkadin he pasado mis peores horas como cinéfilo y, a pesar de haber visto allí muchas y grandes películas (el memorable ciclo de clásicos de la Paramount, aquel minoritario y exquisito Seis grados de separación), siempre tuve la sensación de que ni yo ni ninguno de los sufridos espectadores merecíamos ni las absurdas dimensiones del local, ni la suciedad de la moqueta, ni la oceánica antipatía de sus empleados. En cuanto al Astoria, a pesar del cariño con el que recuerdo la visión de Emmanuelle, dejé de ir cuando me cansé de tener que cambiar de butaca cada vez que alguien se sentaba delante de mí (algo que, por cierto, ocurría con desagradable frecuencia). No haber previsto semejante situación me parecía tan indignante que dejé de hacerme mala sangre y opté por la objeción de conciencia. ¿Que los viejos y míticos cines de toda la vida cierran? Pues que cierren. Mientras se abran otros, el progreso está asegurado. Ah, y antes de que alguien les suelte el rollo de que antaño había muchas más salas que ahora y que las actuales sólo son impersonales multicines, les propongo comparar la cartelera de hace 39 años con la actual. En enero de 1960, Barcelona tenía 36 salas de estreno y 61 de reestreno. Nombres como Kursaal, Excelsior, Metropol, Fémina, Windsor Palace, Cristina, Aristos, Atenas o Atlanta despertarán, me imagino, muchos y respetables recuerdos. Algunas de estas salas se reconvirtieron. El Dorado en Club Doré, el Maryland en Sala X, el Pelayo en Lauren Universitat... Otras, en cambio, recuperaron su condición de teatro: Borrás, Poliorama, Capitol, Tívoli... Si las cuentas no me fallan, sumando las 36 salas de estreno y las 61 de reestreno obtenemos un total de 97 salas. Claro que entonces los precios de reestreno eran populares de verdad y se proyectaban dos películas en sesión contínua, pero eso no parece preocupar a los que se concentran en los valores nostálgicos de la cuestión, olvidando que la auténtica batalla que perdimos con la epidemia de cierres de cines de finales de los sesenta y principios de los setenta fue la económica (entonces un matrimonio con tres hijos podía permitirse ir al cine cada semana. Ahora, en cambio, le cuesta la friolera de 3.875 pesetas suponiendo que nadie coma palomitas y que vayan al cine andando). Actualmente, Barcelona cuenta con 124 salas convencionales (algunas tan espectaculares como las recientemente inauguradas de Cinesa Diagonal y otras de horarios y programación tan interesante como los Icària-Yelmo), dos salas X, una Filmoteca y un IMAX. Vale que todos son de estreno y que sólo echan una película, pero, a diferencia del mítico cine Provenza (dobles programas eclécticos: La profesora particular y Karate a muerte en Bangkok) las nuevas salas tienen el buen gusto de no colocar butacas detrás de una columna, ni situar filas inaccesibles ni permitir la presencia de goteras o la caída libre de placas de pintura desprendiéndose de un techo piojoso. Eso sí: los viejos cines servían para darse el lote. Aunque incluso sobre este aspecto complementario de la experiencia cinéfila tengo algunas objeciones que hacer. La literatura y la memoria colectiva de posguerra han explotado el mito de la fila de los mancos, de las pajilleras de estética Gomas y lavajes y de las primeras experiencias sexuales perpetradas al amparo de una gran pantalla. Y puede que para los que se daban el lote fuera un momento culminante de su biografía, digno de pasar a la posteridad. Pero a los que, en nuestra inocencia o falta de recursos, habíamos ido a ver la película, maldita la gracia que nos hacía. Si ya era duro soportar las proezas sexuales y sentimentales que se sucedían en la pantalla, tener que tragar con los festivales de manoseos y besuqueos de unos espectadores en celo podía llegar a convertirse en una auténtica tortura.

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