Tribuna:

La sombra de Poujade

PACO MARISCAL En ese otro lado de la ribera mediterránea, en Melilla tienen ahora un presidente autonómico musulmán. Melilla está cerca y lejos del País Valenciano: allá y acá somos el Sur. Un sur de conquistas, reconquistas, Clavijos y Santiago matamoros, tribunales del Santo Oficio, racismo, xenofobia, expusiones de moriscos y limpiezas étnicas. Un sur también con largos periodos de convivencia y tolerancia entre pueblos y culturas, pues en el espacio humano y urbano de nuestras ciudades medievales se divisaban en paz los almínares a unos metros de los campanarios y a un tiro de piedra de l...

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PACO MARISCAL En ese otro lado de la ribera mediterránea, en Melilla tienen ahora un presidente autonómico musulmán. Melilla está cerca y lejos del País Valenciano: allá y acá somos el Sur. Un sur de conquistas, reconquistas, Clavijos y Santiago matamoros, tribunales del Santo Oficio, racismo, xenofobia, expusiones de moriscos y limpiezas étnicas. Un sur también con largos periodos de convivencia y tolerancia entre pueblos y culturas, pues en el espacio humano y urbano de nuestras ciudades medievales se divisaban en paz los almínares a unos metros de los campanarios y a un tiro de piedra de las sinagogas. El otro día y desde Melilla saltó a la actualidad el nombre de Mustafá Aberchan: fue eso alivio balsámico para quienes detestan conquistas y reconquistas, inquisiciones o lo sucedido en la última década en los Balcanes. Primera reflexión que llega desde la ciudad norteafricana de tradición hispana. Pero la elección de Mustafá Aberchan con el apoyo masivo del voto musulmán melillense, del voto del PSOE melillense y del voto que arrastran los partidarios del GIL de Jesús Gil, abrió la escotilla de la discordia. El GIL es un partido antipartido y antisistema de partidos con tintes populistas y fascistoides, salpicados de patatas bravas y sangría carpetovetónica: un movimiento como el de Poujade en la Francia de hace medio siglo, amenizado con la música del pasodoble España cañí. La elección de Aberchan con los votos del GIL desató con premura un rechazo airado de los dirigentes estatales de las dos grandes formaciones políticas: el PSOE y el PP. Había un pacto explícito o tácito entre los dos grandes partidos hispanos para frenar el avance del GIL por el Sur, e ignorar su existencia enviando a los poujadistas electos al rincón o muladar de la oposición. Es cierto que ambos partidos mayoritarios han dejado claro que extienden la alambrada alrededor del GIL, que no alrededor de Mustafá Aberchan. Claro que, a lo peor, extendiendo alambradas o arrinconando en la oposición al GIL, nuestros dos grandes partidos pueden equivocar el tiro. El esperpéntico GIL y sus votos no son causa sino consecuencia, un disparate resultado de otros desaguisados. La causa que origina la aparición del GIL, de un Chaves venezolano o de un Poujade francés, está en los flancos descuidados de los partidos democráticos. El motivo que mueve al primer demagogo y populista de turno a arremeter contra los partidos democráticos y arrastren en el intento miles de votos populares -y no sólo de la clase guapa de Tómbola o Marbella- no es otro que las disfunciones o mal funcionamiento de esos mismos partidos democráticos. Con la aparición del GIL todos cuantos creemos en un sistema plural y democrático de partidos quedamos malparados. Aunque mucho más malparados deberían quedar quienes desde la cúpula de las grandes organizaciones de participación democrática actúan restando credibilidad al sistema representativo de los partidos. Porque Melilla, en una segunda reflexión, nos remite a las tránsfugas de Benidorm o a los pactos de pollo, nos remite a la arrogancia y a la lucha por los garbanzos o el puesto en la lista, nos remite a un juego de intereses que nada tiene que ver con la política de partido en mayúscula o con ideología alguna. Eso debería saberlo, por ejemplo, tanto Eduardo Zaplana como la sombra sombría de Ciprià Ciscar en el País Valenciano, porque por esa rendija peligrosa se cuela la otra sombra: la de Poujade o la del GIL.

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