Reportaje:

Policías y medallas

Tres policías municipales condecorados por su valor en situaciones peligrosas cuentan su historia

Hay mañanas que parecen episodios de televisión. La del 3 de marzo de 1998 empezó, para el suboficial José Heras, en un pacífico desalojo de okupas, pero se torció cuando un atracador de farmacias rompió a correr por la calle de Toledo pegando tiros. El incidente terminó en el almacén de una cafetería. Heras, detrás de una caja de coca-colas, pistola en mano; el delincuente, parapetado tras un anciano al que encañonaba con un revólver en la garganta. Al suboficial le impuso ayer el Ayuntamiento de Madrid, con motivo de la festividad de San Juan, la Medalla al Mérito por lograr qu...

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Hay mañanas que parecen episodios de televisión. La del 3 de marzo de 1998 empezó, para el suboficial José Heras, en un pacífico desalojo de okupas, pero se torció cuando un atracador de farmacias rompió a correr por la calle de Toledo pegando tiros. El incidente terminó en el almacén de una cafetería. Heras, detrás de una caja de coca-colas, pistola en mano; el delincuente, parapetado tras un anciano al que encañonaba con un revólver en la garganta. Al suboficial le impuso ayer el Ayuntamiento de Madrid, con motivo de la festividad de San Juan, la Medalla al Mérito por lograr que el incidente acabara sin heridos. Junto a este policía, otros seis recibieron este galardón municipal. Algunos con ejemplos similares. El suboficial José Heras, de 56 años, trabaja en el distrito de Centro desde hace muchos años y se ha convertido en un auténtico especialista en picaresca y trapicheos del Rastro. Pero la mañana en cuestión regresaba por la Cava Baja en su coche patrulla. Volvía de un desalojo de okupas que había discurrido de forma pacífica. Un suceso, a fin de cuentas, rutinario. Por eso, Heras viajaba en el patrulla muy tranquilo. Tardó muy poco en saber que un atracador de 34 años acababa de entrar en una farmacia de la calle de Toledo, a menos de 300 metros de la Cava Baja.

Tras apuntar a la encargada, el delincuente desvalijó la caja, se metió en el bolsillo las 64.000 pesetas y salió. Dos agentes municipales que acertaban a pasar por ahí se dieron cuenta del incidente y le gritaron alto. El atracador no sólo no se paró, sino que echó a correr calle abajo. Al comprobar que los dos policían se lanzaban detrás de él se volvió y disparó sin detenerse. No hirió a nadie, pero el pánico se extendió por el barrio.

Para entonces, Heras, el hombre fuerte de la Policía Municipal en el distrito de Centro, ya conocía la situación por radio. Con una cerveza en la mano y la medalla en el pecho, ayer, a la hora de recordar el incidente, precisó: "Yo soy jefe, pero necesito seguir patrullando". El agente se acordó después de que ya desde el coche supo, por la dirección que tomaba el fugado, que se iba a topar con él.

"Con el coche le cerramos el paso en la Cava Baja. Él se dio cuenta, se revolvió y escapó por el otro lado de la calle. Pero también por ahí apareció otro coche patrulla", relata Heras.

El atracador, al verse acorralado, optó por la huida hacia adelante: en vez de entregarse encañonó a un anciano que para su desgracia se encontraba allí y le obligó a acompañarle. El secuestrador y el rehén se metieron en el almacén vacío de una cafetería.

Una vez dentro, el delincuente buscó una manera de escapar hacia otra calle. En esas estaba cuando el suboficial Heras, que no sólo se había encargado del mando de la operación, sino también de su parte más peligrosa, se introdujo en el almacén. "Me di cuenta de que ahí hubo peligro, porque cuando entré, el atracador se dio la vuelta y me apuntó. Pero, gracias a Dios, no disparó".

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Heras aprovechó la vacilación del atracador para escurrirse hacia una caja de coca-colas que usó de barricada. A pesar de sus 56 años. Una vez allí comenzó a hablar con el atracador, que aún encañonaba en el gaznate al anciano. "Le pedí que se entregara porque no tenía ninguna salida ni ninguna oportunidad", recuerda el suboficial. Utilizó un argumento con poca réplica imaginable: "Eres más alto que el rehén, le sacas la cabeza, así que si quiero puedo dispararte, suéltalo", propuso Heras.

El ladrón se desmoronó entonces. Pidió 20 minutos para pensar la respuesta. El suboficial le dio 60. A los cinco, el delincuente levantó la pistola del cuello del vecino, le puso el seguro, y se la tendió al policía. El anciano escapó. Y el suboficial esposó al hombre.

Atraco en un banco

No sólo el suboficial de Centro recibió ayer una medalla al mérito. Emma Pereda y su compañero César Navarro, ambos de 29 años, fueron hace seis meses a cambiar unos pantalones a un establecimiento de la calle de Meléndez Valdés. De paisano. Sin armas. Cuando entraban oyeron las voces de "atraco, llamen a la policía" que gritaba un hombre situado en la puerta de un banco. Los agentes se enterarían luego de que el que chillaba era el director, pero entonces no había tiempo de averiguarlo: vieron a dos personas correr por la calle. Supusieron (con acierto) que se trataba de los atracadores y los persiguieron. Los ladrones pararon un taxi, se introdujeron en él y encañonaron al taxista. Pero éste se revolvió y consiguió zafarse llevándose las llaves del coche. Los atracadores salieron del coche, pero ya era tarde. Pereda y Navarro ya estaban encima. Los dos policías se lanzaron a por uno de los atracadores y le redujeron. El otro escapó. Pereda torció el gesto ayer al recordar el detalle: "Se escapó precisamente el que llevaba el millón de pesetas del botín". Fue detenido al mes en otro atraco.

El ladrón de la farmacia también tenía antecedentes. Y muchos. Había robado en siete establecimientos de la misma zona en los seis días anteriores al atraco que puso momentáneo fin a su balance delictivo. "Le buscaba desde hacía días sin saber quién era, qué pinta tenía o dónde se escondía, y me lo voy a encontrar de repente y de casualidad en la Cava Baja", recordaba ayer el veterano policía Heras.

Hay vidas que parecen episodios de televisión.

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