Tribuna:

Volver a Kosovo

ROSA SOLBES En el plazo de un mes he tenido ocasión de asistir a la salida de dos expediciones dispares, pero que dicen perseguir un mismo fin: ayudar a los kosovares allá donde más lo necesitan. Primero, en aquellos campamentos que casi no merecían ni el nombre, donde se hacinaba un millón de personas carentes de lo imprescindible. Era a finales de mayo, y un convoy de Motores Sin Fronteras partía hacia Montenegro con alimentos y medicinas conseguidos por el Ayuntamiento de Benidorm. En el puerto de Valencia charlamos con los voluntarios, mientras esperaban el permiso de aduanas con apenas u...

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ROSA SOLBES En el plazo de un mes he tenido ocasión de asistir a la salida de dos expediciones dispares, pero que dicen perseguir un mismo fin: ayudar a los kosovares allá donde más lo necesitan. Primero, en aquellos campamentos que casi no merecían ni el nombre, donde se hacinaba un millón de personas carentes de lo imprescindible. Era a finales de mayo, y un convoy de Motores Sin Fronteras partía hacia Montenegro con alimentos y medicinas conseguidos por el Ayuntamiento de Benidorm. En el puerto de Valencia charlamos con los voluntarios, mientras esperaban el permiso de aduanas con apenas un par de cámaras por testigos. Y eran conscientes de que aquella iniciativa suponía del mal el menor, reconociendo que hubiera sido preferible recaudar sólo dinero (transportar unas toneladas iba a costar el cuádruple de su valor) y comprar a mejor precio en una zona cuyas empresas necesitarán ser dinamizadas. También se quejaban de la escasa o nula ayuda oficial, y de lo estériles que habían resultado las reuniones de las ONG con unas instituciones que, al final, habían decidido hacer justamente lo contrario de lo recomendado: en vez de echar toda la carne en el asador de la asistencia a los desplazados "in situ", acabaron colaborando en una nueva diáspora y trayéndose a un puñado de ellos a Sigüenza o a Cheste. Asistimos también a la llegada de aquel avión cargado de expulsados tristes y exhaustos, fustigados, separados, como piezas de parchís en constante movimiento. Y respiramos aliviados al verles bajar la escalerilla sabiendo que al menos a partir de entonces tendrían comida caliente, zapatos, cama limpia y medicinas. Ellos, poco más tarde, pagarían su cuota de daño colateral dejándose visitar en plena campaña electoral. Para no ser menos que Hillary, Ana besó kosovares, Rosa acarició kosovares, y los juguetes fueron repartidos minutos antes de que llegara la televisión. Nadie se quedó sin foto con refugiado agradecido porque, al final, el mismo escudo humano entrevistado por la CNN para justificar los bombardeos podía ser reconvertido en atrezzo para Valencia TeVe . La segunda despedida tuvo lugar el martes pasado, en otro muelle del puerto de Valencia, donde 333 militares profesionales partían hacia Pec, zona que las agencias definían esa misma tarde como la más "caliente" de los Balcanes. Forman parte de las fuerzas de la OTAN que han de procurar el fin definitivo del conflicto, desarmando serbios y guerrilleros, evitando venganzas, intentando que sea "feliz" el regreso de los albanokosovares a esa su tierra machacada y saqueada, trufada de bombas y minas, sembrada de cadáveres y cascotes, regada con sangre y lágrimas. En esta ocasión sí hubo autoridades, discursos, banderas, desfiles, himnos, y familias emocionadas. Mientras tanto, en Cheste se siguen haciendo obras de acondicionamiento para unos huéspedes provisionales que se muestran reconocidos, pero que empiezan a sentirse encerrados porque no son libres de ir y venir. Y que lo que quisieran es regresar, pero no saben cuándo ni cómo, ni para encontrarse con qué. No se pudo, no se supo, o no se quiso evitar el drama, y ahora son billones de dólares, o de euros, los necesarios para volver a empezar, aunque sea desde 40 años atrás. De que esto al menos sí se haga pronto y bien depende el futuro de "nuestros" kosovares. O, una vez archivado el álbum de fotos, acabaremos comprándoles pañuelos en un semáforo.

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