Editorial:

La vuelta de Rusia

La urgencia de la reconstrucción económica de los Balcanes, tras los vientos de guerra que han azotado a esta región a lo largo de la década, no ha distraído la atención de los líderes del G-7 (EE UU, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y Japón) de cuestiones que hoy son básicas para la estabilidad en el mundo: la integración de Rusia en la economía mundial y el alivio de la gigantesca deuda externa de los países más pobres del planeta. En la cumbre del G-7, concluida ayer en Colonia, los siete países más ricos de la Tierra han hecho gestos significativos en ambas cuestiones. Respec...

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La urgencia de la reconstrucción económica de los Balcanes, tras los vientos de guerra que han azotado a esta región a lo largo de la década, no ha distraído la atención de los líderes del G-7 (EE UU, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Canadá y Japón) de cuestiones que hoy son básicas para la estabilidad en el mundo: la integración de Rusia en la economía mundial y el alivio de la gigantesca deuda externa de los países más pobres del planeta. En la cumbre del G-7, concluida ayer en Colonia, los siete países más ricos de la Tierra han hecho gestos significativos en ambas cuestiones. Respecto de los Balcanes, los líderes del G-7, más Rusia, lo que se ha dado en llamar el G-8, han apuntado con claridad cuáles serán las condiciones exigidas para beneficiarse del plan de estabilidad económica previsto para la región: democratización y respeto de los derechos humanos. Belgrado no queda excluida explícitamente del plan, pero es evidente que con Milosevic en el poder no está, de momento, en disposición de percibir ni uno sólo de los primeros 274.000 millones de pesetas destinados a ayudas a cargo de los países de la Unión Europea. La aquiescencia de Rusia a estas condiciones, aunque a regañadientes, muestra que sus relaciones con los países occidentales retornan a cauces normales tras la prueba de fuerza, más aparente que real, mantenida durante la crisis de Kosovo. Resuelta finalmente ésta, Rusia queda libre de gastar energías en gestos de firmeza dirigidos a los occidentales como reclamo para consumo interno y puede centrarse en lo verdaderamente importante: cómo obtener de las instituciones financieras internacionales y de los países más poderosos de Occidente unos créditos y unas ayudas que necesita con urgencia casi desesperada. Todo apunta a que, tras esta cumbre, la situación volverá a las coordenadas anteriores al 24 de marzo: generosidad crediticia y renegociación de una parte al menos de la ingente deuda pendiente (23 billones de pesetas) a cambio del compromiso de Moscú de poner en marcha un amplio paquete de reformas económicas.

En el capítulo de la deuda externa de los países más pobres de la Tierra, la cumbre de Colonia será una referencia a tener en cuenta en el futuro. La condonación de un tercio (70.000 millones de dólares) de la deuda de los 40 países más necesitados sólo aligera la enorme carga financiera que bloquea su desarrollo económico. En ese sentido se queda lejos de lo que pedían las decenas de miles de ciudadanos que se manifestaron el sábado en Colonia: la anulación total de la deuda en el año 2000. Es un inicio que, al menos en algunos supuestos muy concretos, debería concluir con la condonación total. Y sobre todo consolida una tendencia hacia unas relaciones más normalizadas con quienes nada tienen. El perdón de una parte de la deuda es sólo un parche, pero imprescindible para acometer cualquier otra medida en los intercambios comerciales y financieros con el Tercer Mundo.

Tras la cumbre de Colonia parecen abrirse, pues, unas perspectivas económicas moderadamente optimistas para el mundo. El fin de la guerra de Kosovo refuerza la vuelta a la confianza en el frente de la economía. Los indicadores son positivos en todos los países desarrollados y hace meses que quedó descartado -al menos para los años inmediatos- un escenario de recesión generalizada. Porque los problemas que ahora se atisban, como una eventual retirada masiva de capitales nipones en el extranjero ante la sensible mejora de la situación interna japonesa, que podrían afectar a la economía de EE UU, no parecen suficiente amenaza para un cambio de ciclo.

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Pero no sólo son moderadamente optimistas las perspectivas económicas a corto plazo, como se han esforzado en poner de manifiesto los líderes de los países del G-8. El acuerdo entre Clinton y Yeltsin de reanudar las conversaciones para la reducción de armas nucleares abre también unas buenas perspectivas para la estabilidad y la seguridad mundiales. Hacía tiempo que las dos potencias nucleares más importantes no hablaban de un asunto tan capital. Sin duda, ese compromiso entre las dos potencias es un acierto tanto de Clinton como de Yeltsin.

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