Tribuna:

Corpus, libros y trastazos

A. R. ALMODÓVAR La Feria del Libro de Sevilla ha unido este año a sus atávicas desdichas un capítulo especial de la afamada tragicomedia para títeres Don Alejandro el Virtual y su Desentendida Esposa Soledad. Entre el regocijo de los niños y la perplejidad de los mayores, fue estrenada el pasado fin de semana esta nueva y deliciosa entrega de las andanzas, a trastazo limpio, entre el dueño y señor de los espacios públicos y la conservadora mayor de las esencias hispalenses. El uno, con su habitual desparpajo, había consentido al gremio de libreros, escritores y otras gentes de dudoso vivir in...

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A. R. ALMODÓVAR La Feria del Libro de Sevilla ha unido este año a sus atávicas desdichas un capítulo especial de la afamada tragicomedia para títeres Don Alejandro el Virtual y su Desentendida Esposa Soledad. Entre el regocijo de los niños y la perplejidad de los mayores, fue estrenada el pasado fin de semana esta nueva y deliciosa entrega de las andanzas, a trastazo limpio, entre el dueño y señor de los espacios públicos y la conservadora mayor de las esencias hispalenses. El uno, con su habitual desparpajo, había consentido al gremio de libreros, escritores y otras gentes de dudoso vivir instalarse en las soleadas plazas de San Francisco y Nueva, para que hicieran alarde de sus obstinados menesteres e improbables ganancias. La otra, con su acostumbrada despreocupación por las trapisondas del marido que Dios le quiso dar, había permitido, en el mismo sitio y a la misma hora, que los procuradores del Corpus fueran levantando sus artilugios más o menos espirituales. No quisieron los cielos que tal encontronazo tuviera lugar, y que las cofradías del uno y otro festejo se enzarzaran en denuestos, agarrones y al fin cachiporrazos, como manda la tradición de los títeres, que también por estos días se manifiestan en la ciudad, se diría que a modo y manera de trasunto metafórico. Y fue gracias a unos apaciguadores que había en el bando de los ilustrados que tales desmanes no sucedieran, no habiendo así necesidad de curas ni alguaciles. Mas ello no remedió lo irremediable, y es que por muy delicados y celestes que sean los respectivos oficios de libreros y rezadores, la impenetrabilidad de los cuerpos se hacía cada vez más engorrosa. Así, donde hubiera libros sobraban altares, y viceversa, donde mástiles y floripondios ya estorbaban casetones y otras zarandajas del tráfico cultural. Lo cierto y verdad es que, a la hora señalada, el altercado habíase puesto de imposible solución. Y dicen malas lenguas que los dos cónyuges del titirimundi, como es obligado en este entretenido juguete, se liaban a porrazo limpio en su teatro virtual, que aquí llaman Ayuntamiento: -¿Desde cuándo el Corpus Christi necesita permiso de Urbanismo? -se desgañitaba la santa esposa, presa de unos temblores malísimos. -Tiéneme ordenado Almutamid que no consienta a los cristianos tomar nueva posesión de esta ciudadela- respondíale el intrépido nacionalista. -¡Pues aquí la que manda soy yo! -gritaba la del PP, aunque sin mucha convicción. -¡Ja, ja, ja!-, reía el bellaco y, para subrayar su dominio, arreaba tres cachiporrazos de escarmiento a la demudada, con el clásico: !Toma, toma y toma, muñeca de goma! -¡Ay de mí, ay de mí, marido ruin!- quejábase la otra bajo el chaparrón de palos.-¡Se lo diré a mi Príncipe Aznarín! -¡Ji, ji, ji!- se desternillaba el siervo de Almutamid, ya montado en su globito-. ¡Para el caso que te hace, son tonta de capirote! Y así, entre requiebro y suspiro, continuó este idílico sainete, el uno desde sus cielos, la otra en su desconsuelo.

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