CRISIS EN RUSIA

Yeltsin gana el pulso a la Duma, que no se atreve a procesarle por traidor y genocida

El proceso político se esfuma, al no lograrse los votos necesarios en ninguno de los cinco cargos

La Duma (Cámara baja del Parlamento ruso), dominada teóricamente por los comunistas y sus aliados, no se atrevió a llevar ayer hasta sus últimas consecuencias el desafío al presidente. Borís Yeltsin estaba acusado de traidor, asesino, genocida y golpista, pero ninguno de los cinco cargos concretos, ni siquiera el relativo a la desastrosa guerra de Chechenia, obtuvo los votos de los 300 diputados (dos tercios del total) necesarios para iniciar el juicio político que, al menos en teoría, podía conducir a su destitución. El resultado dejó en la Duma sentimientos que oscilaban entre la frustración...

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La Duma (Cámara baja del Parlamento ruso), dominada teóricamente por los comunistas y sus aliados, no se atrevió a llevar ayer hasta sus últimas consecuencias el desafío al presidente. Borís Yeltsin estaba acusado de traidor, asesino, genocida y golpista, pero ninguno de los cinco cargos concretos, ni siquiera el relativo a la desastrosa guerra de Chechenia, obtuvo los votos de los 300 diputados (dos tercios del total) necesarios para iniciar el juicio político que, al menos en teoría, podía conducir a su destitución. El resultado dejó en la Duma sentimientos que oscilaban entre la frustración y el alivio.

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El globo que se fue inflando a partir de abril de 1998, cuando el diputado comunista Víktor Iliujin comenzó a reunir firmas para procesar a Borís Yeltsin, perdió ayer todo su gas. El hecho de que sólo 348 diputados recogiesen sus papeletas de voto era ya un indicio de por dónde iban los tiros. La incertidumbre se mantuvo, sin embargo, hasta que se filtraron los resultados, minutos antes de que se anunciasen oficialmente.Pese a que no prosperara el impeachment, Yeltsin no debería sentirse satisfecho, ya que la Cámara se pronunció contra él en todos los casos, y por mayorías sustanciosas. En cualquier caso, la Constitución a su medida que se aprobó en diciembre de 1993 convertía en casi imposible la hipótesis de destitución por vía parlamentaria, empezando por la exigencia de 300 votos para que el proceso se lance desde la Duma.

La acusación de haber iniciado ilegalmente la desastrosa guerra de Chechenia sólo contó con el respaldo de 283 diputados (a 17 de la cifra necesaria), en tanto que 43 votaron en contra. Tampoco prosperaron las otras cuatro, relativas al bombardeo de la sede del Sóviet Supremo en octubre de 1993 (263 contra 60), la desintegración de la Unión Soviética (239 contra 79), la ruina de las Fuerzas Armadas (240 contra 77) y el genocidio contra el pueblo ruso (238 contra 88).

Yeltsin, que por la mañana había pasado un examen médico "rutinario", reaccionó "con calma" a su victoria, según su portavoz, Dimitri Yakushtin, y mostró su confianza en que la Duma se concentre ahora en hacer su trabajo. La reacción en Washington fue de satisfacción "porque los procedimientos constitucionales hayan sido respetados", declaró el portavoz del Consejo Nacional de Seguridad, Mike Hammer, quien subrayó que el proceso se trataba de "un asunto interno".

Antes de la votación, debieron zumbarle los oídos a Yeltsin, para el que ningún dirigente político tuvo palabras de elogio. Todo lo más, hubo alguno que llegó a decir que era una injusticia intentar cargar sobre sus espaldas las culpas por una situación desastrosa que habría exigido sumar los errores y negligencias de mucha gente.

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El líder comunista, Guennadi Ziugánov, fue, como se esperaba, el más duro, ya que incluso dijo que Yeltsin "personifica el mal en Rusia", y le acusó de crímenes contra una nación poderosa de más de mil años de vida a la que "ni siquiera Hitler pudo derrotar". Ziugánov calificó de traidores a los diputados que salvaron a Yeltsin de ser humillado y pronosticó que lo pagarán caro en las elecciones, previstas para el próximo diciembre.

El ultranacionalista Vladímir Zhirinovski, acusado con frecuencia de venderse al Kremlin, le recordó que 76 años de comunismo no mejoraron apenas la vida del pueblo ruso y que, a la hora de buscar los barros que trajeron estos lodos habría que mirar primero al último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov. El gran impulsor de la perestroika fue uno de los 24 testigos convocados que el día anterior escurrieron el bulto y no acudieron a su cita con la Duma.

Pero fue Vladímir Rizhkov, portavoz parlamentario de Nuestra Casa es Rusia, el partido del ex primer ministro Víktor Chernomirdin, el que puso el dedo en la llaga al señalar que el proceso de impeachment es en buena medida responsable de la situación actual, que dibujó con estos trazos: "No hay Gobierno, la Duma puede ser disuelta y nos amenazan el caos y la desestabilización".

Ese temor se ha sazonado estos días con multitud de especulaciones sobre salidas a la crisis más cercanas al golpe de Estado que al normal juego democrático. En muchos diputados ha pesado al final de manera decisiva el deseo de no forzar la mano a Yeltsin, que ha demostrado (incluso por la fuerza de las armas, como en octubre de 1993) que puede llegar muy lejos para aferrarse al poder.

Lo más paradójico es que este juicio político, que se ha quedado en nada, ha sido probablemente el origen de que el líder del Kremlin se deshiciera de Yevgueni Primakov, el jefe de Gobierno más popular de sus ocho años de mandato. Algunas informaciones señalan que lo que terminó costando la cabeza al ex ministro de Exteriores fue su rechazo a amenazar con dimitir si prosperaba el impeachment.

El fracaso de los comunistas y sus aliados aleja el peligro de conflicto constitucional. Si la Duma hubiese condenado a Yeltsin, se habría blindado teóricamente hasta que concluyese el proceso en el Consejo de la Federación. Pero si Serguéi Stepashin (que ayer declaro que "la razón se ha impuesto") o cualquier otro candidato a primer ministro es rechazado por tres veces en la Cámara, la ley fundamental obliga a la disolución. Había pocas dudas de que Yeltsin habría despedido a los diputados antes de que el tribunal constitucional determinase qué principio debía prevalecer.

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