El Papa confía en que católicos y ortodoxos se unan el próximo milenio

El Papa se despidió ayer de Bucarest, que ha sido durante tres días meta de su 86º viaje pontificio, con una misa multitudinaria en la que declaró su esperanza en que el nuevo milenio "sea un tiempo de renovada comunión entre las iglesias cristianas y de redescubrimiento de la fraternidad entre los pueblos". El Pontífice retomó también en su mensaje de despedida la guerra en Yugoslavia para pedir que cese el "fragor amenazante de las armas". Karol Wojtyla y el patriarca ortodoxo rumano, Teoctist, subrayaron los deseos de aproximación de las dos iglesias tras mil años de separación asistiendo c...

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El Papa se despidió ayer de Bucarest, que ha sido durante tres días meta de su 86º viaje pontificio, con una misa multitudinaria en la que declaró su esperanza en que el nuevo milenio "sea un tiempo de renovada comunión entre las iglesias cristianas y de redescubrimiento de la fraternidad entre los pueblos". El Pontífice retomó también en su mensaje de despedida la guerra en Yugoslavia para pedir que cese el "fragor amenazante de las armas". Karol Wojtyla y el patriarca ortodoxo rumano, Teoctist, subrayaron los deseos de aproximación de las dos iglesias tras mil años de separación asistiendo cada uno a la misa oficiada por el otro.

El clima de concordia entre Karol Wojtyla, de 78 años, y Teoctist, quinto patriarca de la Iglesia rumana, que a sus 84 años mantiene un inmejorable aspecto, quedó de manifiesto no sólo en los discursos, sino en los gestos afectuosos que se prodigaron. Por la mañana, en la liturgia ortodoxa, celebrada por primera vez en la historia al aire libre, en la plaza de Unirii de Bucarest, unas 60.000 personas contemplaron el intercambio de regalos y de abrazos entre los dos líderes religiosos. Teoctist pidió el fin de la guerra en Yugoslavia.Pero el acto fundamental de la visita del Papa a Rumania fue la misa celebrada por la tarde en el parque de Podul Izvor de Bucarest, en la que el patriarca Teoctist ocupó un lugar de honor. Esta vez la respuesta de los rumanos fue multitudinaria y cerca de 200.000 personas llenaron el recinto. En primera fila, bajo el sol radiante, tomaron asiento las autoridades rumanas y el cuerpo diplomático. No faltó el embajador norteamericano. Decenas de miles de católicos llegaron en trenes especiales desde Moldavia y Transilvania, donde viven millón y medio de húngaros.

Ante la multitud, el Papa retomó su llamada a la unidad entre los cristianos. "Al terminar el segundo milenio, los caminos que se habían separado comienzan a aproximarse", dijo Wojtyla. "Si en otro tiempo hubo incomprensiones y, desgraciadamente, dolorosas fracturas dentro del cuerpo místico de Cristo, más fuerte que cualquier división ha sido la conciencia de lo que une a todos los creyentes".

Desde el punto de vista doctrinal no existen diferencias entre las dos iglesias cristianas, aunque los sacerdotes ortodoxos -al contrario que los monjes- no están obligados al celibato. Sólo la primacía del Papa y el credo católico occidental, que considera que el Espíritu Santo "procede del Padre y del Hijo" y no sólo del Padre como estableció el Concilio de Constantinopla del 381, separan en el plano teológico a ambas iglesias. Un obstáculo mayor para la reunificación entre católicos y ortodoxos es el contencioso abierto con la Iglesia uniata, los ortodoxos que hace 300 años optaron por reanudar los lazos con la Iglesia de Roma, abandonando el tronco de la Iglesia ortodoxa -surgida del cisma de 1054- aunque manteniendo sus ritos y costumbres. Esta comunidad está integrada hoy por unas 300.000 personas en Rumania.

En este viaje, valorado por el Vaticano "como un acontecimiento que cambia la marcha de la historia", en palabras de su portavoz, Joaquín Navarro Valls, todos los discursos del Papa se centraron en la unión de los cristianos.

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"El invierno comunista"

Sin embargo, han sido escasas sus referencias a la situación socioeconómica de Rumania, un país que "ha salido del invierno comunista", como ha repetido varias veces el Papa, pero que, a tenor de lo que se ve en las calles de Bucarest, no ha entrado en la primavera del desarrollo. Ayer, en un breve encuentro con el primer ministro rumano, Radu Vasile, Wojtyla se interesó por las dificultades que presenta la transición democrática en el país y ofreció la colaboración de la Iglesia para superarlos. "Las profundas transformaciones producidas tras los acontecimientos de 1989 han aumentado las diferencias entre los ciudadanos", dijo el Papa el viernes en su discurso ante el cuerpo diplomático. "Las dificultades de la transición democrática llevan a veces al desánimo", añadió. Ayer volvió a dirigirse a los jóvenes. "Vosotros, que os habéis liberado de la pesadilla del comunismo", dijo el Papa en sus palabras de despedida, "no os dejéis engañar por los sueños falaces y peligrosos del consumismo. También éstos matan el futuro". Bucarest, con sus tiendas modestísimas, parecía un improbable lugar para sucumbir a este peligro.

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