Editorial:

Aznar no rinde cuentas

EL PRESIDENTE del Gobierno no cabe en sí de satisfacción: por primera vez desde que España es miembro de la OTAN un Gobierno informará ante el Parlamento "antes y después de la celebración de un pleno de la Alianza". Antes: el 21 de abril, cuando comparecieron los ministros de Exteriores y de Defensa. Después: el martes de la semana próxima, a nueve días de la reunión de Washington. Aznar finge olvidar el pequeño detalle de que ahora la OTAN está en guerra: esto sí que es la primera vez que ocurre, y por eso los Gobiernos de los países aliados se han apresurado a informar de la cumbre, compare...

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EL PRESIDENTE del Gobierno no cabe en sí de satisfacción: por primera vez desde que España es miembro de la OTAN un Gobierno informará ante el Parlamento "antes y después de la celebración de un pleno de la Alianza". Antes: el 21 de abril, cuando comparecieron los ministros de Exteriores y de Defensa. Después: el martes de la semana próxima, a nueve días de la reunión de Washington. Aznar finge olvidar el pequeño detalle de que ahora la OTAN está en guerra: esto sí que es la primera vez que ocurre, y por eso los Gobiernos de los países aliados se han apresurado a informar de la cumbre, comparecen casi a diario ante los medios y se mantienen en contacto permanente con las fuerzas de oposición (como aquí se hizo con ocasión de la guerra del Golfo, por ejemplo). La autosatisfacción de Aznar contrasta con la imagen del presidente atrincherado en su despacho del Congreso mientras sus dos ministros daban explicaciones y debatían con la oposición, no sobre la OTAN en general, sino sobre los problemas que plantea la intervención aliada, incluyendo la contribución española. Otro detalle sobre el que Aznar parece no haber reparado es que su comparecencia del 4 de mayo se produce una semana después de que hayan hecho lo propio los primeros ministros de los principales países aliados. Las leves excusas de agenda son poco convincentes. Pudo haber imitado a sus colegas Blair, Jospin o Schröder, regresando rápidamente -no por Iberia- para comparecer de inmediato. Ante el Parlamento, y en un debate monográfico, sin el truco de diluirlo en una macedonia de temas. Porque hay una guerra, aunque no haya sido formalmente declarada ni Aznar quiera darse por aludido, salvo cuando departe con Clinton o su amigo Blair.

Está bien que el presidente español ocupe una tribuna en la Universidad de Harvard. Se puede pasar por alto el síndrome un tanto pueril que le llevó a vanagloriarse en público de ser el primer líder aliado en explicar a los estudiantes los acuerdos de Washington. Lo que resulta casi ofensivo es que haya sido a costa de aplazar su obligación de informar en primer lugar, y con carácter urgente, al Parlamento.

¿Qué fue de las promesas electorales de "recuperar la posición central del Parlamento"? ¿Dónde quedan los lamentos sobre el alejamiento del debate político "de las preocupaciones más vivas de la opinión pública"? ¿Hay algún asunto político que interese hoy tanto como la guerra? Ya se sabe que Aznar necesita tomarse su tiempo para poder responder con algo más que solemnes obviedades ("la OTAN va a ganar, repito, va a ganar"); pero la agenda no es excusa suficiente para retrasar un debate fundamental. Sobre todo cuando sus periodistas cortesanos le presentan como el gran estadista que está dirigiendo, con Clinton, la estrategia de la Alianza.

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La estatura de los gobernantes se ve en los momentos en que hay que orientar a la opinión pública sobre asuntos políticos con implicaciones morales, como es el caso de esta guerra. Si fue Aznar, como aseguran sus hagiógrafos, quien convenció a sus colegas europeos de la necesidad de pasar a una fase de la ofensiva que incluyera objetivos como la sede de la televisión serbia, que no demore su presencia en el Parlamento para explicar sus razones. Y que aproveche para clarificar qué retoques presupuestarios serán necesarios para financiar los costes asociados a la participación española en las operaciones militares y de ayuda a los refugiados.

El miércoles, en la sesión de control del Gobierno, el vicepresidente Álvarez Cascos dejó para su intervención final -a fin de evitar réplicas de la oposición- la revelación más interesante sobre el destino de los 8.000 millones comprometidos por el Gobierno para ayuda humanitaria: que 7.000 de esos millones se destinarán a financiar el contingente militar enviado a Albania. No es que no sea ayuda humanitaria la instalación de un campamento para 5.000 refugiados, pero seguramente la mayoría de la gente no pensaba que el coste del desplazamiento y los sueldos de los militares fueran a contabilizarse como parte de la ayuda.

Cinco semanas después del inicio de la operación bélica, la impresión que produce el Gobierno es que está dispuesto a compartir la gloria de la victoria, a cuyo fin se deslizan en oídos amigos ridículos mensajes de autoelogio; pero poco dispuesto a compartir la responsabilidad por los aspectos menos gloriosos de la guerra. Lo único claro que ha dicho Aznar es que la OTAN va a ganar. No hace falta ser un gran estadista para suponer que así será, pronto o tarde. También ha dicho que Milosevic es culpable de gravísimos crímenes, asunto sobre el que igualmente existe un amplio consenso. Pero no se aventura ni un milímetro más allá, y busca excusas para aplazar un debate a fondo en sede parlamentaria. No es lo que prometió.

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