Tribuna:

El creador sobre la escoba

ENRIQUE MOCHALES Durante una visita a los indios Pueblo, en Nuevo México, el psiquiatra Jung trabó relación con un jefe de tribu llamado Lago de Montaña. Poco a poco el jefe tomó confianza con él hasta que un día se sinceró y le dijo: "Algunos hombres blancos están locos. Dicen que piensan con la cabeza". "¿Y ustedes con qué piensan?", preguntó Jung. "Con esto, naturalmente", le contestó Lago de Montaña, señalándose el corazón. Refiriéndome al acto creativo, particularmente al de la escritura, es lícito señalar que muchos autores sostienen algo parecido. Para ellos escribir no consiste en pe...

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ENRIQUE MOCHALES Durante una visita a los indios Pueblo, en Nuevo México, el psiquiatra Jung trabó relación con un jefe de tribu llamado Lago de Montaña. Poco a poco el jefe tomó confianza con él hasta que un día se sinceró y le dijo: "Algunos hombres blancos están locos. Dicen que piensan con la cabeza". "¿Y ustedes con qué piensan?", preguntó Jung. "Con esto, naturalmente", le contestó Lago de Montaña, señalándose el corazón. Refiriéndome al acto creativo, particularmente al de la escritura, es lícito señalar que muchos autores sostienen algo parecido. Para ellos escribir no consiste en pensar. Por el contrario, la escritura creativa pasa por una modificación del estado natural de la conciencia. Las culturas antiguas sentían un profundo respeto por los sueños. De sueños están llenos los libros sagrados de las tres grandes religiones monoteístas. Sigmund Freud desveló la existencia de arquetipos oníricos y la relación de algunos de ellos con las profundidades de la psique. En esas especies de radiografías tan raras del cerebro que se hacen en los laboratorios del sueño, durante la fase REM, éste parece entrar en ebullición. No sabemos qué es lo que nos provoca los sueños, ni para qué sirven, pero no faltamos a nuestra cita con los sueños cada noche. Algunos han preferido soñar de otro modo. Podemos hacer un recorrido por la historia de la literatura pasando por el láudano de Coleridge y Thomas de Quincey, la mezcla de absenta y hachís de Rimbaud y Verlaine, los sorbos de éter de Aleister Crowley, la mescalina de Huxley, la pipa de kif de don Ramón del Valle Inclán, hasta la pura y dura heroína de Burroughs. La materia de la que están hechos los sueños, por lo visto, no es sólo la mística, no flota tan sólo en los giros del derviche, ni en el éxtasis sexual del budista tántrico. Y la mística inducida mediante el ayuno sería tal vez un camino muy arduo para llegar a ese estado en el que la conciencia vuela como una cometa en cielo abierto. Para algunos, la cometa es libre precisamente a causa del hilo que la une a tierra. Cuando se trata de crear, el hilo de la cometa podría simbolizar la diferencia entre el acto creativo y el puro fantaseo. Por supuesto, tenemos escobas voladoras de mandrágora, y de extramonio o datura, llamada hierba de las brujas. ¿Pero, es el acto creativo menos auténtico, menos iluminador cuando se llega a él por medio de sustancias extrañas? No hay que olvidar que bajo los efectos, por ejemplo, del LSD, muchas obras de artistas, filósofos y escritores han sorprendido por su mediocridad. Es decir, la pócima mágica no funciona siempre, y lo que parecía una obra de arte bajo los efectos de la droga puede no serlo cuando pasa la embriaguez. Lo mismo se puede decir de las obras que son respuestas a sucesos concretos en la vida de un artista. ¿Acaso un desengaño amoroso, una desgarrada pérdida, es garantía de producción de una obra maestra de la literatura? A menudo se origina ese mágico proceso alquímico que transforma el dolor en arte, pero muchas otras veces no. Hay ocasiones en que la misma realidad del dolor supera al individuo, y la inspiración desaparece. Sucede como en el mito de Psique y Eros. Psique, la razón o inteligencia, recibía las visitas amorosas nocturnas de Eros, la intuición o sensibilidad, que le pidió que le acogiese siempre a oscuras. Psique, curiosa, quiso ver bien a Eros y encendió la luz. En ese instante, Eros desapareció y no volvió más. Así pues, parece ser que cuando la razón analítica enciende la luz, su amante la musa se esfuma. Pero, por otro lado, la voz de la experiencia nos susurra que el viaje creativo no se puede emprender totalmente a oscuras o como una cometa con el hilo cortado, pues el vuelo aterrizaría en el delirio. El creador, tramposo o no, brujo o derviche, pone muchas veces en juego su cordura, su corazón, e incluso su propia alma en el viaje de búsqueda de la quinta esencia creadora. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, suele recordar el camino de vuelta.

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