Casa de camas, bailes y viajeros

La Junta rehabilita la Posada del Mesón en Cádiz, puerta de acceso al Teatro Romano

La Posada del Mesón era negocio cuando Cádiz vivía del comercio con América y de los enlaces marítimos privilegiados y casi exclusivos con África y Canarias. De entonces, de finales del siglo XVI, data esta modesta posada, que ha pasado de reducto hostelero herrumbroso y en desuso a un rehabilitado edificio de dos plantas y un ático con viviendas de una habitación. Las consejerías de Obras Públicas y de Cultura se han encargado de la actuación, con una inversión de 61 millones. La Posada es hoy el último de los santuarios de la ciudad que preferían los viajeros románticos. Richard Ford la elig...

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La Posada del Mesón era negocio cuando Cádiz vivía del comercio con América y de los enlaces marítimos privilegiados y casi exclusivos con África y Canarias. De entonces, de finales del siglo XVI, data esta modesta posada, que ha pasado de reducto hostelero herrumbroso y en desuso a un rehabilitado edificio de dos plantas y un ático con viviendas de una habitación. Las consejerías de Obras Públicas y de Cultura se han encargado de la actuación, con una inversión de 61 millones. La Posada es hoy el último de los santuarios de la ciudad que preferían los viajeros románticos. Richard Ford la eligió para pernoctar. Y sus noches no debieron ser plácidas, a tenor de lo que dejó escrito: "Se debe pagar una cantidad diaria por alojamiento, servicio y preparación de alimentos: esto se llama el ruido de la casa, pareja del antiguo incommodo de la casa italiana, y es una indemnización al patrón por las molestias que se le pueden ocasionar con el ruido, y no puede haberse elegido palabra más propia para expresar el espantoso estrépito de mulas, arrieros, cánticos, bailes y risas, el polvo y la marimorena que arman los animales y hombres españoles". Como a Ford, a otras decenas de viajeros les debió parecer ruidoso el lugar, pero apetecible, porque fue el más importante de los cuatro alojamientos de Cádiz en aquella época. La tradición posadera de la ciudad fue en aumento: en el siglo XVII se registraban cuatro establecimientos, en el XVIII existían 23 y hasta 115 posadas se conocieron a principios del siglo pasado. A diferencia de la fonda, donde se ofrecía comida y bebida, el posadero sólo estaba obligado a facilitar alojamiento, sal y medios para que el huésped guisara los alimentos que había adquirido. El edificio, de arquitectura barroca popular, era hasta su rehabilitación una más de las casas de vecinos que se encuentran desperdigadas en el barrio del Pópulo, el más antiguo y posiblemente más hermoso de la ciudad, donde se conservan los tres arcos medievales que daban acceso a Cádiz. Pese al estado deplorable de sus cimientos, la Posada ha conservado hasta hoy su fachada y su reclamo hospedero. El lugar es, a la vez, la puerta de acceso natural al Teatro Romano de Cádiz, construido bajo el patrocinio de L.C. Balbo El Menor, gaditano que gozó de influencia en Roma. Eso es lo que se ve: el teatro y las catacumbas. Lo que no se puede visitar, porque no está ni siquiera excavado, es el resto de la ciudad romana que aún late bajo el barrio. La asociación de vecinos ve cumplida una reivindicación ya histórica: que los visitantes accedan al teatro a través del barrio y no sorteándolo, como se hacía hasta ahora. El presidente vecinal, Francisco Pereira, considera que la obra "supone ver cómo se arregla un poquito más del barrio", pero es contrario a la propuesta de la Junta al Ayuntamiento para que se destinen estas viviendas a realojo. Los vecinos esperan que la transformación integral del barrio sea una realidad en pocos años. Desde hace cinco se aplica en Plan Urban, cuyo grado de ejecución difiere según los datos de la Comisión de Seguimiento de todos los urban en España ( un 45% sobre lo previsto) y por el Ayuntamiento, que considera que se trabaja a un ritmo satisfactorio. El objetivo es conseguir un Pópulo remodelado y artesanal. Como de artesanía es la convivencia diaria de sus habitantes con sus necesidades, en un lugar en el que los palacios barrocos de fachadas de mármol, blasones y columnas salomónicas, dan cobijo a casas de vecinos que parecen que no se han rehabilitado desde la fundación del barrio.

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