"Para ser un buen navarro"

Decenas de jóvenes hacían ayer cola con los pies machacados ante las asistencias sanitarias, en una mañana de perros, con nieve, agua y viento. A lo largo del recorrido había puestos de bebidas y comidas y el habitual despliegue de la Guardia Civil de Tráfico. En los últimos años ha habido inválidos que han cubierto el trayecto en su silla de ruedas, peregrinos descalzos, algún musher (conductor) de perros nórdicos sobre asfalto e incluso monopatines urbanos rodando hacia su encuentro con la historia. Todos acabarán agotados, demasiado cansados para dormir bien. Y la mayoría asistirá a la mul...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Decenas de jóvenes hacían ayer cola con los pies machacados ante las asistencias sanitarias, en una mañana de perros, con nieve, agua y viento. A lo largo del recorrido había puestos de bebidas y comidas y el habitual despliegue de la Guardia Civil de Tráfico. En los últimos años ha habido inválidos que han cubierto el trayecto en su silla de ruedas, peregrinos descalzos, algún musher (conductor) de perros nórdicos sobre asfalto e incluso monopatines urbanos rodando hacia su encuentro con la historia. Todos acabarán agotados, demasiado cansados para dormir bien. Y la mayoría asistirá a la multitudinaria misa que decenas de sacerdotes, encabezados por el arzobispo de Pamplona, Fernando Sebastián, oficiará al salir el sol en la explanada del castillo de Javier, destruido e incendiado en 1516 por orden del cardenal Cisneros, quien lo llegó a llamar "castillo maldito". "Siempre se ha dicho que para ser un buen navarro tienes que correr el encierro en San Fermín e ir a pie a Javier", aseguran Iñaki y Gorka al unísono, mientras devoran los primeros veinte kilómetros de carretera desde Pamplona. "Y también te tiene que gustar el pacharán, por supuesto", bromean al alejarse. Alberto y Oscar son católicos pero no practicantes. No van nunca a misa, pero no se pierden una Javierada, y menos aún el almuerzo a medio camino, en Monreal. Llevan teléfono móvil por si los años pesan demasiado y hay que avisar a las asistencias. "Es un rito. Nos recuerda momentos de más religiosidad, cuando éramos más jóvenes y acudíamos con el grupo parroquial. Ahora lo hacemos como un reto para ver si somos capaces de llegar sin ampollas. Es una prueba deportiva", aseguran. Para Monserrat es algo más profundo. Tiene 41 años. Es ama de casa y acompaña a su hijo de doce y a su marido. "Venimos juntos desde hace tres años. Yo tuve una enfermedad grave y prometí que caminaría todos los años si me curaba. Soy creyente. Me curé y creo que debo cumplir mi promesa", indica mientras come el bocadillo junto al alto de Loiti. Aún le quedan muchos kilómetros.

Más información
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En