Tribuna:

La brecha social azulgrana JOSEP RAMONEDA

La proximidad del partido de homenaje a Johan Cruyff reabre la gran brecha social del barcelonismo. Núñez y Cruyff representan dos maneras de hacer, la insolencia y la seducción, que han impregnado y dividido la religión azulgrana y que son irreconciliables, a pesar de que durante unos años lograron una coexistencia no precisamente pacífica. Núñez es un personaje al que la naturaleza no dotó ni para las relaciones humanas ni para la comunicación. Sus éxitos se han tejido sobre la tenacidad y sobre el resentimiento, lo cual se traduce en una cultura de la insolencia que reclama la adhesión sin...

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La proximidad del partido de homenaje a Johan Cruyff reabre la gran brecha social del barcelonismo. Núñez y Cruyff representan dos maneras de hacer, la insolencia y la seducción, que han impregnado y dividido la religión azulgrana y que son irreconciliables, a pesar de que durante unos años lograron una coexistencia no precisamente pacífica. Núñez es un personaje al que la naturaleza no dotó ni para las relaciones humanas ni para la comunicación. Sus éxitos se han tejido sobre la tenacidad y sobre el resentimiento, lo cual se traduce en una cultura de la insolencia que reclama la adhesión sin fisuras, que ve de modo paranoico cualquier movimiento del entorno y que cree que todo tiene un precio y que con dinero todo se puede resolver. Cruyff es seducción pura. Como todo seductor nato, sabe que lo es y se columpia en un narcisismo sin fisuras. Tan convencido está de su suerte que nunca le ha gustado trabajar en exceso y siempre le ha parecido prescindible todo lo que se basa en el tesón y la furia. Como jugador, nunca gastó una energía de más; como entrenador, pidió a sus hombres aprecio por el balón, velocidad en el momento justo y racionalidad en la aplicación del principio de que la distancia más corta en fútbol la marca la capacidad de abrir espacios. En un mundo tan encorsetado como el del fútbol actual, en el que los sistemas y las presiones convierten a los jugadores en autómatas obsesivos, la sorpresa es gratificante. Cruyff hizo de esta sorpresa un mito. Los que no pertenecemos a la religión azulgrana y somos de un equipo (el Espanyol) que tiene un imaginario y unos ídolos que hacen para mí imposible el paso de la afición a la creencia, hemos sentido el poder de la seducción de Cruyff en la forma de simpatía por una manera de entender el fútbol que eleva la razón futbolística (en ella se funda la sorpresa) a categoría estética, que rechaza los arabescos del jugador que interpreta el fútbol como un monólogo y que desprecia al esforzado pateador que se deja la piel en el campo por los colores. Cruyff representa la reivindicación del fútbol europeo frente al fútbol suramericano. La demostración de que lo bello en el fútbol no es patrimonio de la fantasía brasileña. Hay una concepción racionalista del fútbol que puede generar más belleza que el esteticismo barroco de los mejores momentos de la selección canarinha. La historia del nuñismo se divide en dos partes: antes de Cruyff y a partir de la llegada de Cruyff. Antes de Cruyff, el dinero y la prepotencia de Núñez habían sido incapaces de cambiar el destino de un club con cultura de perdedor, que parecía encontrar placer en el complejo de víctima. Cruyff enseñó al Barça a ganar. Y cambió la imagen del Barça. Porque el poder de arrastre de los ganadores es muy fuerte. Pero también porque supo dar al Barça una mentalidad universal que sólo esporádicamente había tenido en el pasado. Echaron a Cruyff y el barcelonismo quedó escindido entre los que añoran aquel Barça con una mentalidad abierta que partía del placer de jugar y los que confían en Núñez como garantía para mantener viva la llama del victimismo, que para algunos es una característica identitaria irrenunciable. Por eso el nuñismo y el cruyffismo, en cuanto dos modos de estar en el mundo, resultan irreconciliables. Como todas las cosas que la gente admira, el dream team tiene tanto de mito como de realidad. Pero en el fútbol sólo cuenta lo que la memoria del aficionado integra como verdad. Y ahí Cruyff gana por goleada. Cruyff y Núñez tienen una cosa en común: no les gustan las críticas. Comparten una concepción autoritaria de la organización en la que ellos mandan y los otros obedecen, callan y aplauden. El carisma de Cruyff hace que en su caso la enfermedad parezca más llevadera. Pero los jugadores que demostraron personalidad y criterio lo pagaron en algún momento. Zubizarreta por ejemplo, que sin embargo era la expresión minimalista, la quintaesencia, de la concepción futbolística de Cruyff: ni un alarde barroco para la fotografía, simplemente la seguridad del que, con la mayor naturalidad del mundo, casi siempre está en el lugar adonde va el balón. Ni al carisma de Cruyff ni a la soberbia de Núñez les ha sido dada la virtud de la elegancia. La elegancia de Zubizarreta, que acude, orgulloso de los años vividos en el dream team, al homenaje a Cruyff haciendo caso omiso de los mezquinos cantos de sirena del nuñismo que dicen no comprender que quiera homenajear a quien le echó del club. Núñez nunca formará parte de la galería de ídolos del barcelonismo. Sin embargo, a los barcelonistas -y a algunos aficionados que no lo somos- siempre les quedará Cruyff, un tipo listo que supo romper el insulso ruido de la gente del fútbol.

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