Tribuna:

La Ascensión MIQUEL ALBEROLA

Sin duda Norman Foster pensó en esta clase de esplendor cuando diseñó el Palacio de Congresos de Valencia. El templo parece concebido para que Zaplana chapotee entre la multitud, tome impulso y se diluya en el éter, que no es sino otra dimensión de Él. En el interior de este estuche de cemento blanco y cristal se formó ayer a mediodía un pedestal de militantes y personal afín para erigir la esfinge electoral del líder. En el vestíbulo olía a victoria y otras esencias francesas, mientras crujían manos de directores generales, se movían melenas rubias y en la esfera del Hublot de algún asesor da...

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Sin duda Norman Foster pensó en esta clase de esplendor cuando diseñó el Palacio de Congresos de Valencia. El templo parece concebido para que Zaplana chapotee entre la multitud, tome impulso y se diluya en el éter, que no es sino otra dimensión de Él. En el interior de este estuche de cemento blanco y cristal se formó ayer a mediodía un pedestal de militantes y personal afín para erigir la esfinge electoral del líder. En el vestíbulo olía a victoria y otras esencias francesas, mientras crujían manos de directores generales, se movían melenas rubias y en la esfera del Hublot de algún asesor daba el Ángelus, como intuyendo a Juan Cotino y a Francisco Camps. Santiago Grisolía, con la gorra en el sobaco, ya ocupaba butaca en el salón de actos junto al ideólogo estival José Sanmartín, mientras varios feligreses le besaban el anillo a Carlos Fabra, y Antonio Ferrandis, Chanquete, aportaba el toque ecuménico (lo mismo bendice a tirios que a troyanos) como hombre de consenso que es. En el altar, estampada en la pantalla, refulgía la faz sin papada del líder, en tanto que a pie de milagro Jesús Sánchez Carrascosa, su representante en la Tierra, constataba que ya había más invitados que aforo y era el momento de enchufar el programa. El líder apareció dentro de un amasijo de focos, flases y destellos de las uñas de Rita Barberá, a juego con la blusa roja, sincronizado con los aguijonazos del himno del PP, cuyo ritmo era seguido por el maestro Enrique García Asensio con los dedos sobre la rodilla. La pantalla daba paso al primer vídeo, el de las adhesiones de inequívoca filiación culta y social, con palabras de gratitud de artistas y pilotos de la órbita, así como símbolos como Francisco, quien estaba en el patio de butacas con María Abradelo, Arévalo y Rosita Amores. Luego vino la homilía de José Luis Olivas, con vivas a su partido y mueras a la oposición, y la pantalla captaba imágenes del líder y su mujer, Rosa Barceló, con escuchitas muy en la línea de Bill y Hillary Clinton que conferían presidencialidad al acto. Cuando Olivas se bajó de la banqueta que le habían puesto para llegar a los micrófonos, vino el segundo vídeo, el de los panes y los peces, impregnados de cantidades y comparaciones con el caos de paro e incendios forestales que existió antes de que en 1995 se produjese el Génesis. Los presidentes de las comunidades murciana y madrileña le pasaron la mano por el lomo a Zaplana y Jaume Matas, que llegó con salpicaduras de sangre de Cañellas en las suelas. hizo esto y más. "¡Qué gran tipo!", exclamó. Con él subió el nivel, que caería con el tono eclesial de Pío García Escudero, que provocó toses e hizo agradecer el vídeo intimista, con Zaplana en bermudas comiendo paella con María Ángeles Ramón-Llin, donando sangre, besando a la Virgen o pegado al Rey (¿se puede mezclar su figura en un acto electoral?), a Julio Iglesias o a Aznar, quedando a las puertas de algo grande. Entonces subio Él para dar la buena nueva en directo en Canal 9 y explicar la parábola de la bicicleta: "Si paramos de pedalear, nos caemos". Después le arroparían sus propagadores y les pediría que le tocaran para constatar que su espíritu no tenía carne ni huesos, y desapareció en una nube de agasajos envuelta con el Himno Regional. No es improbable que se aparezca junto al lago Tiberíades para obrar el prodigio de la pesca de votos y encargue a sus apóstoles que se esparzan predicando la doctrina. Ni que suba al Monte Olivete, se abra una brecha en el cielo y se eleve al encuentro con el Padre, advirtiendo de la llegada del Paráclito (esa santísima trinidad de familias de Valencia que le aupó) por pentecostés. El espectáculo ha comenzado.

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