Tribuna:

La buena memoria

Escribió una vez Doris Lessing cuán distinto es el recuerdo según se lo mire desde los 30, los 40 o los 70 años. Aquella afirmación fue aderezada con adjetivos que acompañaban a la memoria que revive. Llamó combativo a ese evocar desde el tiempo joven de la plenitud, y culpable y desesperado a ese otro que surge desde la mirada de la madurez. También habló de la mayor seguridad en su imparcialidad cuando el eco que resuena se cuenta desde los setenta y tantos. Y ahora, esa memoria persistente ha sido premiada, porque en ella está no sólo la trayectoria literaria de una autora, sino el camino...

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Escribió una vez Doris Lessing cuán distinto es el recuerdo según se lo mire desde los 30, los 40 o los 70 años. Aquella afirmación fue aderezada con adjetivos que acompañaban a la memoria que revive. Llamó combativo a ese evocar desde el tiempo joven de la plenitud, y culpable y desesperado a ese otro que surge desde la mirada de la madurez. También habló de la mayor seguridad en su imparcialidad cuando el eco que resuena se cuenta desde los setenta y tantos. Y ahora, esa memoria persistente ha sido premiada, porque en ella está no sólo la trayectoria literaria de una autora, sino el camino personal que ella misma ha ido tejiéndose. Doris Lessing ha mirado con certeza e incertidumbre el mundo desde que nació en 1919, y ha contemplado a lo largo de ese tiempo cómo ha ido moviéndose ella en él. Y lo ha contado convirtiendo su narrar en un antídoto para muchos olvidos, pues Lessing en sus memorias, en la ficción en sus novelas o analizando los hechos del pasado y el presente nos ha señalado que el recuerdo siempre se elige y que elegir supone un desafío. No porque haya desatino o acierto en esa suerte de decisión, sino porque lo que cuenta precisamente es decidir. Aquella niña Doris May Talyer, nacida en Persia y que de pequeña se trasladó con su familia a Rodesia del Sur, se ha pasado la vida eligiendo, abordando la contracorriente. Ella, que recitaba versos de Hölderlin a sus hijos: "Con amarillas peras / y llena de rosas silvestres / asoma la tierra junto al lago", no dudó en dejar a dos de ellos -tenía tres a los 30 años- porque quería alcanzar el sueño de habitar en Londres, así que eligió otra forma de ser madre. Del mismo modo, en su memoria del paisaje de África estuvo su casa y la jungla y los colonos, pero también una memoria de infancia que hablaba de racismo, porque allí estaban los juegos infantiles de los niños blancos simulando con coches imaginarios atropellar a niños negros. Doris Lessing escribió El cuaderno dorado (1962) cansada de que otros dijeran cómo había sido su vida y simuló ser otra, Jane Somers, en El diario de la buena vecina y Si la vejez pudiera, para nombrar la ceguera de editores y críticos, que no reconocieron su letra. Una letra decididamente autobiográfica, que se mete en todos los rincones que ella cree que debe explorar, ya sea en política, en relaciones personales o en sexo. "Se puede follar con el Tom o Dick habitual, pero las costas más turbias del sexo sólo se pueden explorar con alguien con quien se comparten consonancias, bastante infrecuentes, de gusto carácter y fantasía", se escucha en su libro de memorias Dentro de mí. Por citar algunas de sus obras, su primera novela fue Canta la hierba (1950), está la pentalogía Hijos de la violencia (1952-1969); La buena terrorista es de 1985 y El quinto hijo se publicó en 1988; De nuevo el amor en 1996 y la más reciente, de 1999, todavía no publicada en España, se titula Mara and Dann, one adventure. Y así a los 80 años sigue escribiendo y sigue gustándole poco que la entrevisten o la fotografíen, y cuenta en sus memorias que entonces se refugia en una guarida llamada soledad: "Un lugar que no se puede compartir con nadie, nunca, pero que es lo único a lo que podemos recurrir. A mí. A mi Yo, a esta sensación de mí. A la observadora nunca nadie la puede tocar, probar, sentir, ver". Doris Lessing: sigue observando.

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