Tribuna:

El proceso

JAIME ESQUEMBRE Quedan exactamente 109 días para acudir a las urnas. Dirán ustedes que tres meses y medio es mucho tiempo para que los periódicos empiecen ya a conceder espacio a la habitual murga de propuestas programáticas (eso que llaman promesas electorales concebidas para ser incumplidas), ataques al enemigo, réplicas, contrarréplicas y demás zarandajas. Y llevan razón, aunque lo mejor de unas elecciones es el antes y el después. El antes, por el proceso que se sigue en los partidos para la designación de candidatos; el después, porque las siglas ganadoras, habitualmente, se lamentan de ...

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JAIME ESQUEMBRE Quedan exactamente 109 días para acudir a las urnas. Dirán ustedes que tres meses y medio es mucho tiempo para que los periódicos empiecen ya a conceder espacio a la habitual murga de propuestas programáticas (eso que llaman promesas electorales concebidas para ser incumplidas), ataques al enemigo, réplicas, contrarréplicas y demás zarandajas. Y llevan razón, aunque lo mejor de unas elecciones es el antes y el después. El antes, por el proceso que se sigue en los partidos para la designación de candidatos; el después, porque las siglas ganadoras, habitualmente, se lamentan de haber errado en la elección, y se las ven y se las desean para repartir el trabajo sin que se noten mucho las carencias. Ahora estamos en el antes, y las pugnas internas por mantenerse en los puestos o acceder a ellos merecerían un último esfuerzo de la Administración saliente para encargar un tratado sociológico al respecto. Por la izquierda, al margen de las sabidas y tediosas guerras de familia (yo tengo 50 votos en la asamblea y si no me colocas a éste en la lista reventaré cualquier propuesta), se observa un fenómeno curioso, por novedoso: las razones personales de los postulantes. Son de tan diversa índole que, si no fuera porque la consecuencia inmediata es un sueldo público que sale de nuestros impuestos, invitan a la risa. Desde el mantenimiento de una actitud lastimera para intentar que al jefe de turno se le ablande el corazón y lo mantenga en el cargo, hasta aquel que deja caer que debe seguir porque la familia va a crecer, utilizando de esta forma el útero de su mujer como razón inequívoca de su vocación de servicio público, la gama de argumentos es tan larga como imaginarse pueda. Deplorable. Por la derecha la cosa es distinta. Allí, como en las instituciones que gobiernan, la designación es a dedo. En el mejor de los casos, el papel de las bases se limita a refrendar, sin posibilidad de enmienda. La justificación es siempre la misma: el amor. Por amor contratan, por amor designan concejales, y por amor diputados. Están tan enamorados, todos, que hasta los que van a morir se saludan. Que algo les caerá, dentro o fuera. Están en racha.

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