La despensa de Doñana

Aunque la entrada de la finca está situada a pocos kilómetros de Villafranco del Guadalquivir (Sevilla), no es fácil llegar a Veta la Palma. El visitante tendrá que internarse por los polvorientos caminos que recorren, sin apenas señalizaciones, el vasto territorio de las marismas del Bajo Guadalquivir. La hacienda, con más de 10.000 hectáreas, ocupa una sexta parte del Parque Natural del Entorno de Doñana, además de limitar, a lo largo de 17 kilómetros, con los terrenos del parque nacional. Parcialmente dedicada a la agricultura y la ganadería, Veta la Palma destaca por sus explotaciones acuí...

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Aunque la entrada de la finca está situada a pocos kilómetros de Villafranco del Guadalquivir (Sevilla), no es fácil llegar a Veta la Palma. El visitante tendrá que internarse por los polvorientos caminos que recorren, sin apenas señalizaciones, el vasto territorio de las marismas del Bajo Guadalquivir. La hacienda, con más de 10.000 hectáreas, ocupa una sexta parte del Parque Natural del Entorno de Doñana, además de limitar, a lo largo de 17 kilómetros, con los terrenos del parque nacional. Parcialmente dedicada a la agricultura y la ganadería, Veta la Palma destaca por sus explotaciones acuícolas. En pocos lugares del mundo pueden dedicarse al cultivo de peces y crustáceos balsas que suman una lámina de agua de 3.200 hectáreas (14 veces la extensión de la Expo 92). Al reclamo de esta zona húmeda permanente y, sobre todo, del alimento que atesora, acuden cada año miles de aves, algunas de ellas en serio peligro de extinción, como la cerceta pardilla o el águila pescadora. El último censo, de noviembre pasado, registraba la presencia en Veta la Palma de 285.573 aves, casi el 100% de las poblaciones distribuidas en ese momento por todo el parque natural. El dato revela como esta propiedad ha terminado por convertirse en una despensa para Doñana, sin dejar por ello de atender a los criterios de rentabilidad de cualquier empresa privada. Salvador Algarín, director técnico de Veta la Palma, admite que "la convivencia con este volumen de fauna silvestre no es fácil, porque al principio no podíamos imaginar la presión de las aves sobre nuestros cultivos". Las pérdidas no son comparables a las que estos animales causan en las explotaciones intensivas de la Bahía de Cádiz, pero buena parte de la producción se pierde por este motivo. Condiciones impuestas Pero los responsables de Veta la Palma han debido asumir una serie de condicionantes impuestos por la Administración ambiental, limitaciones y obras que muchos empresarios no estarían dispuestos a afrontar. En las balsas, por ejemplo, se han construido islas y se ha recuperado la vegetación de las orillas para facilitar la instalación de nidos. Asimismo, el tendido eléctrico que suministra energía a la finca discurre enterrado a lo largo de más de 10 kilómetros, y el manejo del agua, vital para el mantenimiento de los cultivos, ha de hacerse, sobre todo en época de reproducción, atendiendo a las necesidades de las especies, de manera que se evite, por ejemplo, la inundación de las zonas en donde nidifican. La caza está prohibida en toda la lámina de agua. "Mientras se mantenga una actividad productiva", explica Javier Cobos, director-conservador del parque natural, "estarán disponibles para las aves una serie de hábitats fundamentales, algo parecido a lo que ocurre con las salinas y, en general, con todas las zonas húmedas transformadas por el hombre. Por eso es importante encontrar un punto de equilibrio entre economía y ecología". Aunque comparte este planteamiento, Algarín reclama una mayor atención de las administraciones y "ayudas económicas, aprovechando los fondos europeos que atienden este tipo de cuestiones, porque la empresa paga un precio muy alto por conservar este patrimonio natural que es de todos". Los investigadores que frecuentan Veta la Palma, siempre abierta a todo tipo de estudios científicos, coinciden en que hay que salvaguardar la rentabilidad de la hacienda como única garantía para que siga ofreciendo refugio y alimento a especies que podrían incluso desaparecer sin este oasis. Para Luis García, ornitólogo de la Estación Biológica de Doñana, "estos terrenos, aunque sea de forma accidental, albergan elementos que el parque nacional, convertido en una especie de isla, no tiene o ha ido perdiendo con el paso de los años, con lo que actúa como un colchón amortiguador de los defectos de Doñana". Una manera de compensar las pérdidas es atraer visitantes a este paraíso ornitológico. Aunque en su día se llegó a plantear la construcción de un espectacular complejo turístico, proyectado por Cesar Manrique, los propietarios de la finca han optado por introducirse en este mercado de forma menos ambiciosa. Junto a una de las balsas se está construyendo un centro de recepción, con observatorios, al que podrán acudir los primeros turistas a mediados de la próxima primavera.

Entre dos ríos

Veta la Palma ocupa una posición estratégica en el mismo corazón de las marismas. Asemeja a una península bañada, a lo largo de más de 40 kilómetros, por los ríos Guadalquivir y Guadiamar. La finca cuenta con un único acceso por tierra firme. Desde el punto de vista faunístico, la hacienda gana en importancia cuando el agua escasea en Doñana, mientras que si las lluvias han sido propicias su valor no es tan acusado. Este invierno, en el que las precipitaciones están escaseando, la población de aves se ha multiplicado. La comparación con otras zonas del parque natural permite hacerse una idea de este fenómeno: frente a las más de 285.000 aves que se concentraban en Veta la Palma en noviembre, toda la franja de la provincia de Cádiz incluida en este espacio protegido daba cobijo a unos 8.000 ejemplares, y la zona de Hato Blanco, a caballo entre las provincias de Sevilla y Huelva, apenas sobrepasaba los 7.000 individuos. El resto de los enclaves, como Entremuros (480 aves), sumaban cifras insignificantes. Por especies, las más abundantes son, lógicamente, las "no amenazadas", como el pato cuchara (unos 70.000 ejemplares), el ánade real (44.000), el ánsar común (38.000), el ánade silbón (29.000), el ánade rabudo (25.000) y la cerceta común (23.000). En el otro extremo se sitúan las especies en peligro de extinción, de las que se contabilizaron 78 ejemplares de pato malvasía, seis de águila pescadora, cinco de tarro canelo y un único ejemplar de focha cornuda y cigüeña negra. A medio camino entre los dos grupos se encontrarían especies como el flamenco (más de 9.000 individuos censados), la avoceta (en torno a 7.000), el zampullín cuellinegro (1.200) y el tarro blanco (1.300).

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