Editorial:

La casa de cristal

" CITIUS, ALTIUS, fortius...". Al lema que propugna la superación física para los atletas olímpicos habría que añadirle una nueva exigencia, la de la honradez para los dirigentes del movimiento que fundara Pierre de Coubertin hace más de un siglo. La cruda verdad puesta de manifiesto en las últimas semanas es que tampoco los depositarios del ideal olímpico son incorruptibles. Las expulsiones y demás medidas anunciadas ayer en Lausana por el presidente del Comité Olímpico Internacional para sanear la institución deberían ser sólo el comienzo de un camino tan exigente como sea preciso para devol...

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" CITIUS, ALTIUS, fortius...". Al lema que propugna la superación física para los atletas olímpicos habría que añadirle una nueva exigencia, la de la honradez para los dirigentes del movimiento que fundara Pierre de Coubertin hace más de un siglo. La cruda verdad puesta de manifiesto en las últimas semanas es que tampoco los depositarios del ideal olímpico son incorruptibles. Las expulsiones y demás medidas anunciadas ayer en Lausana por el presidente del Comité Olímpico Internacional para sanear la institución deberían ser sólo el comienzo de un camino tan exigente como sea preciso para devolver la credibilidad al COI. Nadie cree a estas alturas que los comportamientos irregulares de miembros del Comité -una élite de 114 personas de todo el mundo que agrupa a políticos, aristócratas, altos funcionarios, militares retirados o viejas glorias del deporte- se hayan circunscrito a la concesión a Salt Lake City de los Juegos de Invierno del año 2002. Responsables olímpicos australianos acaban de admitir que sobornaron a dos miembros del COI para garantizar su voto a favor de Sidney como sede de los Juegos del año próximo. Los males ahora denunciados, y que probablemente no se hubieran conocido en toda su extensión si uno de los integrantes del Comité, el suizo Marc Holder, no se hubiera decidido a hablar, vienen de lejos. Concretamente desde que el súbito dinero del deporte, vinculado sobre todo a los astronómicos derechos de la televisión, comenzó a fluir a comienzos de los años ochenta sobre el COI, una organización sin ánimo de lucro. La tarea fundamental del Comité es la designación de las ciudades organizadoras de ese acontecimiento planetario que se denomina Juegos Olímpicos. Y esa labor se ha visto en el ojo del huracán desde el momento en que éstas comenzaron a obtener pingües beneficios de los JJ OO. Inevitablemente, hacer bascular la opinión de los dignatarios olímpicos en uno u otro sentido se ha convertido en objetivo supremo, y en esa tarea las grandes metrópolis de Europa, Asia, América u Oceanía han gastado mucho dinero. Y no todo de forma irreprochable.Al margen de las corruptelas individuales probadas, el COI es una institución anacrónica que necesita reformas urgentes. No es razonable que el poderoso sanedrín encargado de promover a escala mundial el deporte no profesional y organizar los Juegos cuatrienales, con decenas de miles de millones de por medio, sea básicamente una gerontocracia (sus miembros se retiran a los 80 años y algunos son vitalicios) que se perpetúa a traves de la cooptación. Si la elección de un miembro del Comité es en sí misma una herejía democrática, los mecanismos previstos para evitar situaciones como las que han provocado los cambios anunciados ayer distan mucho de ser eficaces. Juan Antonio Samaranch, 78 años, al frente del COI desde 1980 y a quien se deben mejoras admitidas por todos, tiene la oportunidad en el último tramo de su mandato de traspasar a quien le suceda un Comité más moderno y representativo, fortalecido y libre de sospecha. La casa de cristal del Chateau Vidy, que alberga en Lausana la sede del olimpismo, debe ser sobre todo eso, un lugar transparente a toda prueba.

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