Tribuna:

El Banco Central Europeo no va por buen camino

El nacimiento del euro ha sido considerado, con razón, un acontecimiento histórico, un paso irreversible hacia la unión política de Europa y la superación de los contrastes nacionales que, durante siglos, han devastado al continente. Pero ¿es realmente irreversible? A nuestro juicio, será así sólo en caso de que los ciudadanos perciban el euro como una contribución a la mejora de su calidad de vida y de su seguridad económica. Si no fuera así, no sería extraño que algún país decidiera retirarse, por más que en el Tratado de Maastricht no esté previsto el derecho a volverse atrás y que no resul...

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El nacimiento del euro ha sido considerado, con razón, un acontecimiento histórico, un paso irreversible hacia la unión política de Europa y la superación de los contrastes nacionales que, durante siglos, han devastado al continente. Pero ¿es realmente irreversible? A nuestro juicio, será así sólo en caso de que los ciudadanos perciban el euro como una contribución a la mejora de su calidad de vida y de su seguridad económica. Si no fuera así, no sería extraño que algún país decidiera retirarse, por más que en el Tratado de Maastricht no esté previsto el derecho a volverse atrás y que no resulte fácil restablecer una moneda nacional ni un organismo de emisión. Así que el resultado de la gran apuesta de política de Europa dependerá en gran parte del éxito económico del euro. Según la opinión generalizada, su éxito dependerá de su capacidad de acreditar la fuerza del marco para competir con el dólar como divisa de reserva. Se trata de una opinión superficial y perjudicial, pues los valores de una divisa de reserva son bastante dudosos, mientras que las consecuencias negativas de los cambios y de los tipos de interés elevados impuestos por una política "de prestigio" son muy evidentes.

Por el contrario, la prueba de fuego para el éxito de la unión será su capacidad de curar el cáncer que padece la sociedad europea, el desempleo, que ha aumentado del 3% al 10 % en el periodo que va del año 1970 a la actualidad. Estas cifras no tienen paralelo entre los países desarrollados. Por sorprendente que parezca, entre los motivos principales de este empeoramiento están los cambios fijos y la absoluta libertad de movimiento de los capitales, que exigió, a partir de mediados de los ochenta, la marcha hacia la Unión Monetaria. Esto hizo que el Bundesbank desempeñase el papel de Banco Central de hecho de los países candidatos. Dicho banco, preocupado exclusivamente por la inflación, ha actuado de una forma muy restrictiva. De este modo, la política monetaria ha agravado las repercusiones negativas para la inversión y el empleo, que ha tenido la obligación, en sí misma justificada, de reducir drásticamente los déficit públicos. A esto se ha unido la actitud de los Gobiernos, que, convencidos de la tesis de que el desempleo se debe exclusivamente a la rigidez del mercado laboral y de que, por tanto, se trata de un problema interno, han renunciado a intervenir de forma coordinada sobre la demanda.

Para que el euro tenga éxito es necesario que se produzca un cambio radical en el planteamiento de la política económica tanto de los Gobiernos como del Banco Central Europeo (BCE), que tenga como objetivo principal la progresiva reabsorción del desempleo, y como instrumento una política de fomento de la inversión y de la demanda. Recientemente, y sobre todo después de las elecciones en Alemania, ha habido algunos signos positivos: en la cumbre de Viena dio la impresión de que el Consejo Europeo había superado la idea de que el desempleo es un problema nacional; a su vez, el presidente del BCE, Duisenberg, anunció el pasado diciembre que la reducción simultánea de los tipos de interés había dado esperanzas de que la reducción de los tipos pudiese "restablecer la confianza... y estimular el crecimiento de la inversión y de la demanda".

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Sin embargo, estos avances no bastan para garantizar el cambio que creemos necesario. Es indispensable revisar las normas del Tratado sobre el BCE: en concreto, el artículo 105, que establece el objetivo del "mantenimiento y la estabilidad de los precios", y el 107, que ratifica que el BCE no puede "solicitar ni aceptar instrucciones de las instituciones o de los organismos comunitarios, ni de los Gobiernos de los Estados miembros ni de ningún otro organismo". Establecer un único objetivo -como la estabilidad de los precios- en los estatutos del Banco Central es un error técnico. Pero, sobre todo, decretar que el Banco debe ser totalmente independiente de lo que puedan considerar esencial unos Gobiernos elegidos democráticamente representa una violación de un principio democrático fundamental. La experiencia nos dice que lo que se considera esencial varía cuando cambian las circunstancias históricas y las filosofías económicas dominantes. En los años cuarenta, éstas coincidían en dar la máxima importancia al desempleo; en los años ochenta, tras las dos crisis del petróleo, coincidieron en el problema de la inflación, y, en ese clima, con mayoría de regímenes conservadores, se definieron las tareas del BCE. Hoy en día, con una inflación baja y en descenso y un paro que quizá vaya en aumento, hay que centrarse en el desempleo.

El Banco debe mantener su independencia respecto a las necesidades financieras de los Gobiernos (salvo, por supuesto, en situaciones de emergencia) y a la elección de los instrumentos operativos. Pero los objetivos deben ser dictados por las autoridades políticas. Europa debería reflexionar sobre cómo está regulado el asunto en Estados Unidos, donde la Reserva Federal tiene la responsabilidad de "mantener el crecimiento a largo plazo de los activos monetarios y crediticios de acuerdo con el crecimiento potencial de la producción a largo plazo, de manera que se promuevan con eficacia los objetivos de máximo empleo, estabilidad de precios y contención de los niveles de los tipos de interés a largo plazo". Es posible que el éxito de la política económica norteamericana de estos años -el pleno empleo y una inflación parecida a la europea- también sea fruto de este planteamiento.

Puede que esta propuesta escandalice a los bienpensantes, pero creemos que pronto se verá que todo lo que sugerimos es absolutamente indispensable para el éxito del euro.

Franco Modigliani es premio Nobel de Economía de l985 y profesor del Massachusetts Institute of Technology, y Giorgio la Malfa, diputado adscrito al Grupo Renovación Italiana, es profesor de Economía de la Universidad de Catania.

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