Tribuna:

Paradiso 99

E. CERDÁN TATO Las doce campanadas, las doce uvas, los doce gajos de mandarina, son la expresión de las exequías por un tiempo ejecutado convencionalmente, y con cuyas cenizas tratamos de apañarnos todo un relumbrante futuro de ascensos, coches y apariencias: cada año llega etiquetado con su epitafio y un banquete fúnebre de cadáveres de criaturas sin calendario. Ni el bogavante, ni el lechón, ni la ternera conocen esas exigencias, y van de las aguas y de los pastos a la cocina, sin pasar por la sala del crimen, ni el confesionario. Son seres destinados a hacer más llevaderos nuestros miedos;...

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E. CERDÁN TATO Las doce campanadas, las doce uvas, los doce gajos de mandarina, son la expresión de las exequías por un tiempo ejecutado convencionalmente, y con cuyas cenizas tratamos de apañarnos todo un relumbrante futuro de ascensos, coches y apariencias: cada año llega etiquetado con su epitafio y un banquete fúnebre de cadáveres de criaturas sin calendario. Ni el bogavante, ni el lechón, ni la ternera conocen esas exigencias, y van de las aguas y de los pastos a la cocina, sin pasar por la sala del crimen, ni el confesionario. Son seres destinados a hacer más llevaderos nuestros miedos; y terminan devorándonos la flora intestinal y depositando sus restos en el alcohol espumoso, de las arterias. Las honras concluyen con un sombrerito de papel de plata en la coronilla y una inquietante serpentina en torno al pescuezo; cuando despedimos el año, nos despedimos también de nuestra propia imagen alcanforada; cuando recibimos el año, recibimos también la incertidumbre y el euro prometido, que es una forma de pensar Europa en jeroglífico. A 960 metros de altura sobre el nivel del mar, en la soledad de un mas bajo la lluvia helada y en medio del silencio original, esa liturgia urbana y estridente no constituye ninguna categoría religiosa, cronológica ni suntuaria. Simplemente, unos leños arden en la chimenea y el rumor del agua de la lluvia disuelve el tañido de las campanas. En un lugar así, la conversación se resuelve sencillamente: se habla del oraje, de la memoria, de la fragancia de la tierra mojada y de cómo anda el país. La trascendencia del año, del siglo y del milenio, ya es asunto de jefes de estado y de presidentes de gobierno y de autonomías. Por los medios de comunicación audiovisuales, en directo, se desviven en contarnos historias de su vida y de la nuestra, con el mayor desparpajo y mucho arrojo escénico, en un gesto que les honra y nos sume en un dulce sopor. Pero, por ese impagable sacrificio, nos podríamos enterar de lo bien que van las cosas. Eduardo Zaplana nos ha informado abnegadamente acerca de los logros de su gestión: del empleo, de los trenes, de las autopistas, de los parques, de los montes, de los mares, de los peces, de los mamíferos. Pero usted ya dormía. Una lástima: se ha perdido usted un soberbio cuentacuentos.

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