Sofisticados sensores protegen las pinturas de Altamira

Seis refinados sensores protegen de las vibraciones exteriores la cueva de Altamira mientras prosiguen las obras del museo y la réplica de las pinturas rupestres, que son Patrimonio de la Humanidad. Los sensores vigilan en el estrecho pasillo que conduce a la contemplación de los bisontes y en el inmediato espacio de las estalactitas. La caída de una simple gota de agua desprendida de estas formaciones geológicas es detectada inmediatamente por los aparatos.El principal problema que se ha planteado al equipo del profesor de Geotecnia de la Universidad de Cantabria José M. Sánchez Aciturri ...

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Seis refinados sensores protegen de las vibraciones exteriores la cueva de Altamira mientras prosiguen las obras del museo y la réplica de las pinturas rupestres, que son Patrimonio de la Humanidad. Los sensores vigilan en el estrecho pasillo que conduce a la contemplación de los bisontes y en el inmediato espacio de las estalactitas. La caída de una simple gota de agua desprendida de estas formaciones geológicas es detectada inmediatamente por los aparatos.El principal problema que se ha planteado al equipo del profesor de Geotecnia de la Universidad de Cantabria José M. Sánchez Aciturri es la nimiedad de las vibraciones a las que deben prestar atención. Mientras para determinados y delicados conjuntos artísticos se fijan valores 100 veces superiores, en Altamira se deben registrar señales que se miden en micras, esto es, milésimas de milímetros. El registro es mil veces superior a la capacidad necesaria para detectar la presencia del hombre. Por ejemplo, el deambular de los visitantes camino de los bisontes provoca vibraciones de entre 10 y 20 micras por segundo.

El sistema -que será presentado a la comunidad científica en el Congreso Europeo de Ingeniería del Terreno (Holanda) en primavera- no tiene precedentes en España y posiblemente tampoco se ha utilizado en el extranjero, según sus responsables. Si las vibraciones procedentes de los trabajos en curso sobrepasaran los límites fijados, los sensores avisarían al segundo para suspenderlos. No ha ocurrido aún.

La instalación de los acelerómetros ha permitido constatar una curiosidad: el nivel de ruido de los pasos de los visitantes que acceden a los bisontes no es igual antes y después de la entrada en la sala de las pinturas. Cuando abandonan la estancia, colmadas las emociones de la contemplación, caminan ya de forma absolutamente automática. "Es como si aún tuvieran el pensamiento puesto en lo que han visto, la mirada todavía fija en el techo de la sala", dice Sánchez Aciturri, que saca particulares conclusiones de la lectura de los sensores.

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