Tribuna

A tiempo para salvar la nación

Un proverbio dice que los viejos siembran árboles como un acto de fe, precisamente porque saben que nunca podrán sentarse en su sombra. En este espíritu, creemos que ha llegado el momento de superar las diferencias políticas y sembrar las semillas de justicia y reconciliación. Hay precedentes de ello. Durante nuestras presidencias cada uno de nosotros tomó difíciles y controvertidas decisiones con el objetivo de superar divisiones nacionales: el perdón al presidente Richard Nixon y el perdón a los se negaron a cumplir el servicio militar en Vietnam.Estados Unidos, tras el impeachment del presi...

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Un proverbio dice que los viejos siembran árboles como un acto de fe, precisamente porque saben que nunca podrán sentarse en su sombra. En este espíritu, creemos que ha llegado el momento de superar las diferencias políticas y sembrar las semillas de justicia y reconciliación. Hay precedentes de ello. Durante nuestras presidencias cada uno de nosotros tomó difíciles y controvertidas decisiones con el objetivo de superar divisiones nacionales: el perdón al presidente Richard Nixon y el perdón a los se negaron a cumplir el servicio militar en Vietnam.Estados Unidos, tras el impeachment del presidente Clinton, otra vez está padeciendo una lesión dolorosa que aún se profundiza. Nuestro pueblo está airadamente dividido. Se han puesto en duda nuestras instituciones políticas. Olas de ataques personales socavan la confianza pública. Contra este telón de emociones inflamadas, estamos convencidos de que el bien público requiere una solución inmediata y justa.

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Mientras nuestros actos de perdón o clemencia no son directamente anólogos a la decision a la que se enfrenta el Senado, la manera en que esa institución resuelva este asunto podría aportar al pueblo norteamericano semejantes beneficios de curación. Afortunadamente, los procedimientos del Senado, gracias a su flexibilidad y libertad, ofrecen las medidas para acabar con este sufrimiento nacional en una manera que preserve el imperio de la ley, sin dañar permanentemente la presidencia. Antes de que los senadores hagan historia, esperamos que presten atención a la historia para ayudarles a formular lo que sería, de hecho, un castigo único para una transgresión única. Han pasado 130 años desde el último impeachment de un presidente norteamericano. En la época del juicio del presidente Andrew Johnson en 1868, como ahora, las leyes del Senado y las reglas de impeachment permitían que casi todas las propuestas y asuntos fueran decididos por un voto mayoritario. La mayoría de los casos recientes de impeachment que implican a jueces han sido resueltos expeditivamente mediante un comité bipartidista. Comité que escuchaba las pruebas antes de hacer una recomendación al pleno entero para su consideración.

Aparte de un rechazo inmediato de los cargos contra el presidente, hay cuatro alternativos que el Senado contemplará: un juicio que termine en absolución; un juicio que le declare culpable y destituya al presidente; un juicio que termine en una censura, o una censura sin necesidad de juicio alguno. Si finalmente se llega al juicio, parece inevitable que volviendo a remover las pruebas de la mala conducta del presidente sólo conseguiremos exacerbar las divisiones que están rasgando nuestro tejido nacional. Hay que llegar a una conclusión que la mayoría de los estadounidenses acepte y que la posteridad apruebe. No se equivoquen, el juicio de la historia sí importa. Cualquier que que ocurra en el futuro próximo no va a afectar decisivamente al juicio que la historia haga de Clinton. Pero él no está sólo en el banco de la Justicia. Nuestro sistema político también está en tela de juicio. Por eso, abogamos por que el Senado adopte una resolución bipartidista de censura, según la cual el presidente tendría que aceptar el reproche, mientras reconoce su mala conducta y el verdadero daño que ha causado.

Los padres fundadores de nuestro país establecieron una Constitución cuyos mecanismos legales facilitan que el pueblo cure sus heridas, con tal de que el resultado sea justo y generoso. Obviamente, el pueblo estadounidense desea una resolución que sea firme, justa y no influida por ventajas partidarias. Éste es el desafío al que nos enfrentamos. Responder a ese desafío es imprescindible para salvar a nuestra nación dividida.

©The New York Times Gerald Ford y Jimmy Carter son ex presidentes de EEUU.

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