Editorial:

Contra las cuerdas

Hace poco más de un mes que los asesores de Clinton se las prometían muy felices tras los buenos resultados demócratas en las elecciones parlamentarias parciales, convertidas en referéndum sobre la suerte del acosado presidente. Todo ha ido a peor desde entonces y ha culminado con la aprobación, este fin de semana, por el comité de asuntos judiciales de la Cámara de Representantes de cuatro acusaciones para iniciar el proceso de destitución del mandatario estadounidense. Se acusa a Clinton de perjurio en dos ocasiones, de obstrucción a la justicia y de abuso de poder. De nada ha servido la pre...

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Hace poco más de un mes que los asesores de Clinton se las prometían muy felices tras los buenos resultados demócratas en las elecciones parlamentarias parciales, convertidas en referéndum sobre la suerte del acosado presidente. Todo ha ido a peor desde entonces y ha culminado con la aprobación, este fin de semana, por el comité de asuntos judiciales de la Cámara de Representantes de cuatro acusaciones para iniciar el proceso de destitución del mandatario estadounidense. Se acusa a Clinton de perjurio en dos ocasiones, de obstrucción a la justicia y de abuso de poder. De nada ha servido la previa, y enésima, petición de perdón del presidente, este vez al Parlamento. Clinton dijo ayer en Jerusalén -adonde ha acudido para intentar rescatar, más que para celebrar, el acuerdo de paz entre israelíes y palestinos- que no tiene la menor intención de dimitir ni la de aceptar ser acusado de perjurio. Pero lo cierto es que los acontecimientos ya no los dirige él, sino la imparable maquinaria parlamentaria de Estados Unidos. Para iniciar el proceso de destitución basta que la mayoría simple de la Cámara de Representantes, cuyo pleno ha sido convocado para este jueves y en la que los republicanos controlan 223 de sus 435 escaños, ratifique la recomendación del Comité de Asuntos Judiciales. La única esperanza de Clinton para evitar su proceso en el Senado reside en que sea capaz de persuadir a los diputados republicanos más moderados para que le salven. La propuesta de la Casa Blanca para aceptar un voto de censura en lugar del impeachment ha sido rechazada por sus enemigos políticos. Nada hace presagiar por el momento un acuerdo para que el partido mayoritario en el Congreso permita el jueves que se discuta en la Cámara la alternativa de una resolución de censura.Contra Clinton se han confabulado en esta historia de sexo y mentiras una víctima singular, Monica Lewinsky; un fiscal especial con vocación de Torquemada, Kenneth Starr; y el fundamentalismo de una gran parte de los representantes republicanos en un país donde el puritanismo y la hipocresía todavía tienen rango de valor social. Pero el presidente y sus asesores legales han ido acumulando errores a lo largo de la saga, aglutinados todos ellos en torno a uno fundamental: mantener la paralizadora ficción de que Clinton no ha mentido bajo juramento.

Es casi inconcebible que el Senado, que tiene la última palabra y donde los republicanos quedan lejos de los dos tercios necesarios, destituya finalmente a Clinton. El presidente y sus partidarios pueden argüir con toda la razón que la mayoría de los ciudadanos no quieren su procesamiento, puesto que le han votado dos veces conociendo de antemano sus asuntos extramaritales y sus mentiras sobre los mismos. Pero en cualquier caso, aunque la Cámara no autorice el jueves el comienzo del impeachment, la parte sustancial del daño ha sido hecha. Lo que venga en adelante dependerá del estómago del jefe del Estado para aguantar su permanente humillación política. A casi dos años del final de su mandato, la presidencia de William Jefferson Clinton está irremisiblemente malherida.

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