Tribuna:

Derechos

DE PASADANi por la Constitución, ni por la Inmaculada, faltó al tajo. Probablemente no le deba nada a ninguna. De lunes a domingo, sin ociosos saltitos de calendario, se somete a un horario disciplinado y riguroso, como de gestor de ventanilla pública, pero sin escaqueos para la tostada, la compra o el banco. No flaquea ni ante las bruscas oscilaciones de temperatura que, en un despacho a la intemperie como el suyo, deben marear los agujeros de ozono particulares. Siempre ahí: sentado, reclinado, arrastrado a veces. Sobre la misma baldosa, en el portal de cada día. Quieto y triste. A cambio de...

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DE PASADANi por la Constitución, ni por la Inmaculada, faltó al tajo. Probablemente no le deba nada a ninguna. De lunes a domingo, sin ociosos saltitos de calendario, se somete a un horario disciplinado y riguroso, como de gestor de ventanilla pública, pero sin escaqueos para la tostada, la compra o el banco. No flaquea ni ante las bruscas oscilaciones de temperatura que, en un despacho a la intemperie como el suyo, deben marear los agujeros de ozono particulares. Siempre ahí: sentado, reclinado, arrastrado a veces. Sobre la misma baldosa, en el portal de cada día. Quieto y triste. A cambio de tanta profesionalidad obtiene múltiples compensaciones, vedadas por lo general a los de su gremio. La gente lo conoce y le da dinero sin temor ni coacciones. Ni siquiera lo expulsan del portal. En el fondo es un mendigo afortunado, modelo ejemplar de los planes de autoempleo, titular de un contrato indefinido con jornada intensiva (con tiempo para el gimnasio, el inglés, el cine y el centro comercial) y próximo a recibir la limosna extra de Navidad. Goza, en suma, de grandes ventajas respecto al sindicato de mendicantes que agrega a las específicas de su rama sectorial. A saber: no hacer el ridículo con un teléfono celular por la calle, ignorar el bombardeo del buzón que realizan los hipermercados y vivir ajenos a las guerras púnicas desatadas en numerosas comunidades de vecinos. Lo más envidiable, con todo, es que vive fuera de las estadísticas. Salvo algún informe de Cáritas y Organizaciones No Gubernamentales (ONG) empeñadas en hurgar en los intestinos de Occidente, ningún organismo asoma las narices por su vida para estudiar las pautas que ordenan su consumo y los sueños ocultos que esconden en el televisor. Como no intimida ni incomoda, el personal tolera su presencia al tiempo que aligera la insoportable pesadez de sus conciencias. Ya se ha integrado en el paisaje urbano como las farolas, las cacas de perro o los contenedores de vidrio. Y, justo ayer, en el 50 cumpleaños de la Declaración de los Derechos Humanos, no estaba. En su lugar había una entrada huérfana. La clientela de la cafetería parecía echarle de menos, sin atreverse a ir más allá hasta que una voz, de aterradora candidez, preguntó: "¿Dónde está hoy nuestro pobre?".

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