Tribuna:

"L"agent provocador"FÉLIX DE AZÚA

El último libro de Pere Gimferrer me inspira tanto respeto que me permito leer estas notas para evitar la improvisación. Quizás ello me haga caer en un pelmazo pedagogismo por el que les pido disculpas, pero cada libro exige su propio ritual, y el de Gimferrer ha de ser necesariamente literario, con palabras escritas, con literatura. Éstas son palabras escritas. Pero debo comenzar diciendo una obviedad casi olvidada: la lengua literaria no forma parte de la lengua hablada, sino que pertenece a un ámbito totalmente cerrado en sí mismo y que sólo obedece a sus propias leyes. El arte de la lengu...

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El último libro de Pere Gimferrer me inspira tanto respeto que me permito leer estas notas para evitar la improvisación. Quizás ello me haga caer en un pelmazo pedagogismo por el que les pido disculpas, pero cada libro exige su propio ritual, y el de Gimferrer ha de ser necesariamente literario, con palabras escritas, con literatura. Éstas son palabras escritas. Pero debo comenzar diciendo una obviedad casi olvidada: la lengua literaria no forma parte de la lengua hablada, sino que pertenece a un ámbito totalmente cerrado en sí mismo y que sólo obedece a sus propias leyes. El arte de la lengua es la literatura, y como todas las artes está perfectamente separada de la vida práctica. Decir que una novela es "real como la vida misma" equivale a descalificarla como arte, por muy inteligente que sea. Y el más alto nivel de la literatura es la poesía, lo cual no le confiere un estatuto mítico, sino una responsabilidad. Utilizando una metáfora podría decirse que la lengua poética representa el momento de mayor densidad de ese elemento, la lengua literaria, cuya máxima levedad es el lenguaje de los medios de comunicación. Gimferrer ha escrito la poesía más densa de nuestra generación, y por ello mismo la más literaria. Un texto literario denso es aquel en el que se propone una máxima capacidad de significar sin concepto, mediante un mínimo de recursos (o de materiales), y está en el polo opuesto del texto liviano, el cual se aproxima a la lengua hablada, a la lengua sociológica y es prácticamente in-significante pero extenso, laberíntico, interminable. Por eso Stendhal profesaba gran devoción por el Código de Derecho Civil y Benet admiraba el libro de fray José de Sigüenza sobre la construcción de El Escorial, son prosas densas, literariamente cristalinas. Pero el libro de Gimferrer que ahora presentamos es un texto narrativo, no es poesía; no es, por ejemplo Les illuminations, de Rimbaud, que es poesía aunque esté escrito en prosa. Ahora bien, siendo una narración, L"agent provocador asume las responsabilidades de la poesía y eso es algo excepcional. Hay muy pocos casos en los que un texto narrativo tome sobre sí la responsabilidad de la poesía. Los ejemplos mejor conocidos son los de Joyce y Faulkner en inglés, Proust y Céline en francés, y Valle-Inclán y Benet en español. Cuando la prosa alcanza la densidad de la poesía se suele producir un proceso de desleimiento en sus herederos: Blanchot, Gadda, Manganelli y Bernhard son, por así decirlo, desleimientos de Joyce, de Faulkner, de Céline. Ésta es la única razón por la que estas prosas excepcionales se llaman innovadoras, porque inventan, es decir, amplían el ámbito colonizado por la lengua literaria. Los textos cuya prosa alcanza la densidad del poema (sin hacer el ridículo) son absolutamente infrecuentes y excepcionales. En castellano, por ejemplo, sólo puedo aducir algunos libros de Valle, de Benet y (en ocasiones) de Ferlosio. Pero el propio Benet es ya un desleimiento de Faulkner. Ignoro si en catalán se está produciendo una narrativa comparable a la de Joyce o Céline, yo por lo menos no la conozco. Aunque sin duda hoy se escribe una prosa experimental en catalán, la que he leído me parece más preocupada por un refinado trabajo sobre el lenguaje hablado, sobre el presente sociológico, que por la invención de un lenguaje próximo a la responsabilidad de la poesía. Por eso el único reproche que puedo hacerle a L"agent provocador es su brevedad. Si en lugar de 80 páginas tuviera 300, podríamos decir que la lengua literaria catalana había alcanzado su Joyce o su Céline. De hecho, el Ulises está formado por 17 capítulos, cada uno de los cuales tiene la independencia y el tamaño de L"agent provocador. Dicho de otro modo: es posible que Gimferrer siga trabajando en la dirección marcada magistralmente por el primer volumen y en unos pocos años reúna una gran pieza de narrativa moderna. Pero lo mejor no es enemigo de lo bueno. No quisiera que mis palabras produjeran una impresión de rebajamiento del mérito de la obra que presento con absoluta admiración (y envidia). Todo lo contrario, es precisamente por la gran importancia que doy al libro de Gimferrer por lo que me hago ilusiones o le pido, indirectamente, que no lo deje ahí y que el próximo año nos juntemos de nuevo en esta librería para celebrar el segundo volumen. Y así hasta cinco veces. Porque lo más difícil ya lo ha hecho. Yo diría que con un arte espléndido, Gimferrer presenta su narración como si fuera "autobiográfica", es decir, como un ejercicio de análisis de la sentimentalidad burguesa, que es lo habitual en las narrativas contemporáneas más comunes. Pero es un parany, una trampa literaria. Yo diría que el personaje que introduce el libro en términos autobiográficos es ya una creación previa de Gimferrer y no tiene la menor relación con la vida habitual, con la experiencia común. Más aún: carece de sentido fuera de la lengua literaria, no responde a ninguna imitación, no es un "apunte del natural". Yo diría que la frase más literaria de todo el libro se encuentra en la Explicación, cuando dice: "L"agent p. és, a més d"altres coses, un text de caire autobiogràfic que relata només fets estrictament verídics". A mi entender, la frase se encuentra dentro de una tradición bien conocida, la que permite a Melville comenzar su Moby Dick con el célebre incipit: "Llamadme Ishmael", es decir, concededme una falsa personalidad. Gimferrer da una vuelta de tuerca y comienza su ficción diciendo: "Llamadme Pere Gimferrer", un artificio que le ha dado muy buenos resultados en su último libro de poemas, Mascarada, cuyo título es todo un programa. El personaje ficticio, la máscara llamada "Pere Gimferrer", alejado o no del personaje histórico del mismo nombre (ésa es otra historia), tiene todas las trazas de ser un Bloom catalán, una ficción nacida para dar realidad a la literatura catalana, y no una realidad nacida para convertirse en una ficción catalana. Lo segundo (ciudadanos que se convierten en ficciones catalanas) es lo habitual, lo corriente; lo primero (ficciones que dan realidad a la literatura catalana) es lo intempestivo y excepcional. Muchas gracias, Pere, por atreverte a representar la excepción. Este texto lo leyó el autor el jueves pasado en la presentación de L"agent provocador.

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