Cartas al director

Historia de El Salvador

Este mismo año, desde mayo hasta julio, he estado trabajando en El Salvador. Durante mi estancia allí visité Meanguera, una hermosa isla situada en el golfo de Fonseca. Nos alojamos en el único hotel que existía, construido con el dinero que a don Julio (su propietario) le habían enviado sus siete hijos, emigrados a EEUU durante la guerra. Don Julio había hecho todo lo posible e imposible para entrar en EEUU: al recibir la noticia de que una de sus hijas estaba a punto de morir, intentó por primera vez obtener la visa y se enteró de la muerte de su hija cuando llevaba dos días en la cola de la...

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Este mismo año, desde mayo hasta julio, he estado trabajando en El Salvador. Durante mi estancia allí visité Meanguera, una hermosa isla situada en el golfo de Fonseca. Nos alojamos en el único hotel que existía, construido con el dinero que a don Julio (su propietario) le habían enviado sus siete hijos, emigrados a EEUU durante la guerra. Don Julio había hecho todo lo posible e imposible para entrar en EEUU: al recibir la noticia de que una de sus hijas estaba a punto de morir, intentó por primera vez obtener la visa y se enteró de la muerte de su hija cuando llevaba dos días en la cola de la Embajada de EEUU; después realizó a San Salvador los viajes necesarios para presentar los múltiples documentos que el trámite de la visa exigía. Pero no bastó: la visa le fue finalmente denegada aduciendo como motivo algo así como que "se trataba de una persona que podía llegar a convertirse en una carga pública para los Estados Unidos de América".Aunque en El Salvador las historias capaces de estremecer a cualquiera son bastante frecuentes, la historia de don Julio nos conmovió especialmente. Nos la explicó una mañana en la terraza de su hotelito, a orillas del Pacífico, con lágrimas en los ojos y aportándonos todos los papeles que probaban la veracidad de su relato. Ninguno de nosotros se lo quiso decir, pero todos sabíamos que las posibilidades de que volviera a ver a sus hijos eran ínfimas.

Después de mi regreso he recordado a menudo mi estancia en Meanguera y me consolaba pensando que el drama de don Julio no resultaba tan penoso por el hecho de vivirlo en un lugar hermoso y que, además, era uno de los pocos reductos a salvo de la violencia existente en el resto del país. Hoy ya no me queda ni siquiera ese consuelo: acabo de recibir un e-mail de una amiga salvadoreña en el que me informa que Mitch ha dejado Meanguera reducida a lodo y que sus habitantes malviven refugiados en las zonas más altas de la isla. Posiblemente explicarlo desde aquí tampoco sirva de mucho, pero no he podido evitarlo.- .

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