Tribuna:

El resplandor

La campaña llega a su fin. Hoy, cada candidato y sus compañeros de lista y los de su aparato de partido estarán con los suyos, alentando la euforia de los adictos. Cargarán la palabra contra los rivales más próximos, aquellos que puedan robarles el espacio político, y se recordará a los incondicionales presentes que la familia que vota unida permanece unida y que el vecino del quinto está en la lista de abstencionistas, por lo que no vendría mal el gasto de invitarle a votar primero y a unos vinos de domingo después. Por primera vez, los candidatos olvidarán los medios de información y las cám...

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La campaña llega a su fin. Hoy, cada candidato y sus compañeros de lista y los de su aparato de partido estarán con los suyos, alentando la euforia de los adictos. Cargarán la palabra contra los rivales más próximos, aquellos que puedan robarles el espacio político, y se recordará a los incondicionales presentes que la familia que vota unida permanece unida y que el vecino del quinto está en la lista de abstencionistas, por lo que no vendría mal el gasto de invitarle a votar primero y a unos vinos de domingo después. Por primera vez, los candidatos olvidarán los medios de información y las cámaras, para reclamar de sus bases un definitivo esfuerzo que sirva de eco en favor de la toma de decisión. Lo mejor sería hacerlo a conciencia, pero algunos votantes (por lo menos algunos) lo van a tener difícil porque, si conciencia es, según el psicólogo José Luis Pinillos, "darse cuenta de"", desde luego los políticos de esta campaña no nos han facilitado la tarea. No es de extrañar que más de uno se pregunte a estas alturas "qué hay que votar". Quizá lo más positivo de la campaña ha sido el empeño por alcanzar la paz en todos y cada uno de los partidos, y hacerlo en democracia. Pese a todo, la campaña ha ido ganando en moderación, en posturas de centro. Los partidos han cedido en sus salidas maximalistas del principio. Se han dado cuenta de una doble verdad aprendida precisamente en Irlanda, aquello que dijo Hume: "La gente que habla de todo o nada, terminará en nada"; y "aquel que no esté confundido con la política irlandesa es una persona que no entiende realmente el problema". Aquí, seguiremos confundidos con la política vasca, cierto, y ¡ojalá que sea por poco tiempo!, pero estamos también en paz, y ¡ojalá sea definitivo! Precisamente el realismo de la paz deberá pronto eliminar agresividades y dogmatismos, así como desterrar todos los tópicos, incluidos aquellos que fueron verdad en el pasado. En el fondo, la sociedad vasca dará el voto a los políticos el domingo (incluso recuperando a abstencionistas y/o renegados que voten a uno porque no quieren que gane otro) y lo dará a pesar del despiste de los propios políticos, que han olvidado muchos de los datos reales que daba el martes la encuesta de este periódico e incluso lo que piensa realmente esta sociedad, que muestra un alto grado de satisfacción personal con la vida que lleva (84%) y que cree que está en mejor situación que sus progenitores a la misma edad (83%); olvidando también (salvo excepciones) que la máxima preocupación es el paro, con nueve puntos en una escala de diez. La invitación para votar es lo mejor que puede hacerse. Aunque sea por una razón (resplandor) que añadir a las habituales en democracia, y es la de que, a partir del domingo, el partido ganador de las elecciones comenzará a buscar compañeros de viaje para el Parlamento y Gobierno. Y el acuerdo al que lleguen no comenzará con una petición como lo hicieron todos los pactos anteriores: que callen las armas para normalizar el país. Las armas ya han callado. Por tanto, vayamos a votar para que sigan calladas y, sobre todo, se pueda normalizar y gobernar un país en el que casi todos se sienten felices.

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