Reportaje:MEDICINA

El uso de morfina para tratar el dolor se ha disparado en diez años

España se sitúa, sin embargo, en el 20º lugar del mundo, muy lejos de los escandinavos

, España ha multiplicado por ocho el consumo de morfina por habitante en los últimos diez años. Este índice, aunque no es el único, es indicativo del desarrollo que ha registrado el tratamiento del dolor. Pero aún estamos lejos de los países de nuestro entorno. Francia anunció la semana pasada una inversión adicional de 2.500 millones de pesetas para este asunto. Aquí, los especialistas suspiran por contar con la mitad de los medios que ya tiene el país vecino.

Los datos de la International Narcotics Control Board de la ONU son elocuentes: en 1987 España consumió 60 DDD (consumo de dosi...

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, España ha multiplicado por ocho el consumo de morfina por habitante en los últimos diez años. Este índice, aunque no es el único, es indicativo del desarrollo que ha registrado el tratamiento del dolor. Pero aún estamos lejos de los países de nuestro entorno. Francia anunció la semana pasada una inversión adicional de 2.500 millones de pesetas para este asunto. Aquí, los especialistas suspiran por contar con la mitad de los medios que ya tiene el país vecino.

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Los datos de la International Narcotics Control Board de la ONU son elocuentes: en 1987 España consumió 60 DDD (consumo de dosis de morfina diarias promedio por millón de habitante) y en 1996, nada menos que 530. Ese ránking la sitúa en el 20º lugar del mundo, muy por debajo de los 6.430 de Dinamarca y lejos de Francia, que con 1.462 DDD ocupa el 11º lugar. Los datos de 1997 aún se están evaluando, pero en cantidades brutas, en España se consumieron sólo 20 kilos de morfina en 1987 y este año se prevén 350.La morfina no es el único remedio utilizado en las unidades de dolor y tampoco está exento de efectos secundarios, pero es un fármaco básico de muchos tratamientos y su uso da idea de la calidad de vida que la medicina aporta a los ciudadanos. Aurora, por ejemplo, una barcelonesa de 41 años, acaba de recuperar las ganas de vivir gracias a la morfina. Tras seis años de sufrimiento por culpa de una tendinitis mal operada en la muñeca derecha, una bomba alojada en su vientre que le suministra el fármaco directamente a la médula le ha cambiado la vida. Su mano, agarrotada y dolorida, le obligó a jubilarse a los 36 años. Ahora no podrá volver a su empleo de carnicera, pero está recuperando la movilidad de su mano y quiere volver a trabajar. Aún se emociona al hablar de su mejoría.

La bomba de morfina, como la que también lleva la madrileña Aurora Gutiérrez, de 76 años, es una de las técnicas más agresivas de los tratamientos actuales. Es incómoda también. Hay otras menos invasivas. Esta semana, un laboratorio especializado en derivados de la morfina, como los opiáceos y los opioides, presentó un nuevo parche, un sistema sencillo de suministrar fármacos a través de la piel.

Un grupo cada vez más numeroso de anestesiólogos, reumatólogos y neurocirujanos se está especializando en el dolor. Son médicos, como Enrique Reig y Manuel Rodríguez, presidente y secretario respectivamente de la Sociedad Española del Dolor, que han planteado varias batallas. La primera de ellas, la de derribar los prejuicios de sus colegas contra los opiáceos. Luis Aliaga, de la clínica del dolor del hospital San Pablo de Barcelona, acaba de redactar un largo informe por un paciente al que su médico de cabecera le negaba el opioide que necesita. A su colega Elena Catalá le cuesta creer que aún haya gente que crea que la morfina, por ejemplo, crea drogadictos. "Cuando hay dolor es imposible la adicción", dicen los expertos.

La Universidad Autónoma de Barcelona, en colaboración con el San Pablo, ha fundado el único master español de esta especialidad y la mitad de los hospitales tienen ya su unidad de dolor -68 censadas-, si bien Manuel Rodríguez aclara que lo de unidad viene, efectivamente, de uno: "Un solo médico, a tiempo parcial, haciendo lo que puede".

En cualquier caso, como dice Catalá, todo el mundo quiere tener hoy día una unidad de dolor, lo que indica que los prejuicios se quiebran sin remisión. Pero se necesita más dotación para los profesionales y mayor conocimiento entre pacientes y médicos de cualquier especialidad. Antonio Alonso, un toledano de 70 años, estuvo a punto de seguir el consejo de su médico y quitarse la dentadura para acabar con su pesadilla. Afortunadamente dio antes con la unidad del Puerta de Hierro de Madrid, que dirige Reig.

En sitios como éste saben cómo aliviar el tormento físico con técnicas complejas y cada vez más efectivas -operaciones, estimulaciones eléctricas, parches o analgésicos adecuados-. Aquí hay especialistas que persiguen un mundo sin dolor; a pesar de los prejuicios culturales.

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