Tribuna:

Mujercitas

E. CERDÁN TATO En Xàbia, una hostelera ha blindado su establecimiento para resistir la presumible carga de su socio y antiguo compañero sentimental, quien acostumbra a zurrarle, a pesar de las denuncias presentadas en los últimos años. Este Fort Apache, donde se sirven arroces, boquerones fritos y calamares a la romana, debería declararse monumento nacional a la resistencia y al heroísmo de las mujeres que afrontan, con una casi total impunidad de los agresores y una abrumadora indefensión, las deficiencias del Código Penal y una tradicional educación machista que entroniza al varón, en la fá...

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E. CERDÁN TATO En Xàbia, una hostelera ha blindado su establecimiento para resistir la presumible carga de su socio y antiguo compañero sentimental, quien acostumbra a zurrarle, a pesar de las denuncias presentadas en los últimos años. Este Fort Apache, donde se sirven arroces, boquerones fritos y calamares a la romana, debería declararse monumento nacional a la resistencia y al heroísmo de las mujeres que afrontan, con una casi total impunidad de los agresores y una abrumadora indefensión, las deficiencias del Código Penal y una tradicional educación machista que entroniza al varón, en la fábrica, en la oficina y en el hogar, aquí frecuente y paradójicamente, con el beneplácito de la santa madre. De esta educación aberrante y sancionada, por omisión o lo que sea, por los poderes, se salvan muy pocos. Pero de ella son víctimas la mayoría de los ciudadanos, incluyendo jueces y hasta juezas, policías y docentes. Qué paisanaje. Aunque ETA haya declarado una tregua unilateral e indefinida, no se percibe síntoma alguno de que el terrorismo doméstico, más letal aún que el otro, más puntual también, ciertamente, se decida por soluciones incruentas de la pareja y pacte la pacificación familiar. La semana que dejamos atrás, nos ha ofrecido el dramático saldo de una barbarie casi cotidiana, impropia hasta de la España más profunda y solanesca, y a la que el Gobierno y los partidos políticos apenas si dedican más que unos gestos de impotencia: esa sangre de alcoba, de sartenazos o de cuchillo de picar cebolla, no hace urna. Y la Administración de Justicia con sus titubeos, algunas inconfesables inclinaciones y como de los nervios, haciéndose nudos en la toga para recordar cuál es la vara de medir amenazas, agresiones y crímenes consumados y anunciados. Margarita Mariscal mujer cuídate mucho de las vacilaciones de Margarita Mariscal ministra: una de las dos Margaritas ha de helarte el camisón. Y lo del aborto. Cómo se lo escenificaron un grupo de jovencitas de hinojos y rezando el rosario, como si entre los leones de la Carrera de San Jerónimo se hubiera aparecido la Virgen de Fátima. Qué milagro mediático se montó la Conferencia Episcopal. Y los insultos: asesinos, democracia de matadero y unas cuantas fachadas más. Mujercitas, minoría de edad, ya os concedieron el alma de la que carecíais; ahora, os dirán cuándo, dónde, cómo y por qué tenéis que parir. Que eso no es cosa vuestra, sino de los santos padres. En efecto. España es diferente de la otra. Muy penoso, mucho.

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