Tribuna:

Balbo y Columela

Entre otros evidentes disparates de ese modelo de gran literatura y fanatismo religioso llamado La Divina Comedia, nos damos con un espacio especial destinado a los hombres cuya calidad, virtudes y buenas obras quedan fuera de toda duda, pero cuyas almas no pueden compartir el Paraíso de los justos, simplemente porque nacieron y vivieron antes que Jesucristo. Así que, habiéndoles sido imposible abrazar el cristianismo y como tampoco son merecedores del Infierno, la risible solución intermedia de Dante consiste en juntarlos en una especie de "residencia aparte", como para incapacitados o tontos...

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Entre otros evidentes disparates de ese modelo de gran literatura y fanatismo religioso llamado La Divina Comedia, nos damos con un espacio especial destinado a los hombres cuya calidad, virtudes y buenas obras quedan fuera de toda duda, pero cuyas almas no pueden compartir el Paraíso de los justos, simplemente porque nacieron y vivieron antes que Jesucristo. Así que, habiéndoles sido imposible abrazar el cristianismo y como tampoco son merecedores del Infierno, la risible solución intermedia de Dante consiste en juntarlos en una especie de "residencia aparte", como para incapacitados o tontos del hable, con perdón sea dicho. El soplo retrógrado que atraviesa ese monumento literario es el mismo que llega intacto a nuestra Contrarreforma, con su cruenta Inquisición, y empapó de atraso y oscurantismo la vida cotidiana y religiosa de España, con cabos y rabos que llegan hasta hoy. Triste e inequívoco ejemplo, por aquí por nuestro sur es, en el siglo XVIII, el beato Diego de Cádiz, malhumorado aullador de infiernos para todos y enemigo de cuanto supusiera progreso cultural, aperturas a otras costumbres, vida en suma. Más atendidas en el liberal XIX gaditano, una corriente beatodieguista debió tratar luego de aminorar la significación y la presencia del ilustre pasado romano de Cádiz, no fuera que los malditos gentiles de veinte y más siglos atrás volvieran a postrar a los fieles ante su antiguo panteón de Mercurios y Venus, Minervas, Bacos y Ceres. Todo quedó, pues, en el nombre de tres calles de Cádiz, y fue defenestrada, por ejemplo, la hermosa estatua de Lucio Cornelio Balbo, que se alzaba en un punto clave del casco gaditano: la Plaza de San Antonio. Esa efigie, y la de Columela, pasaron a adornar en sendas hornacinas juntas el despacho oficial de los sucesivos alcaldes de Cádiz. Ahora, una afortunada medida del actual Ayuntamiento va a honrar y adornar la ciudad restituyendo a su paisaje urbano las figuras de aquellos dos próceres gaditano-romanos. Lucio Junio Moderato Columela es autor del primer tratado occidental de agricultura que se conoce. Muchos de sus métodos y enseñanzas perduraron hasta el siglo XVIII, y la técnica de la molienda de la aceituna, que él describió, es básicamente la que hoy se sigue practicando. A su vez, Balbo el Menor, brazo derecho del emperador Augusto como su tío lo fue de Julio César, se convierte en pieza indispensable para la conducción del Imperio, es el primer provinciano a quien se le otorga el excepcional honor de entrar en triunfo en Roma. Luego amplía y dota extraordinariamente a su Cádiz natal (su Neápolis o nueva ciudad) y es autor de la perdida tragedia Iter. Cosa bella y justa es que las airosas estatuas que los evocan, luzcan hoy de nuevo en el callejero gaditano, dando así cuenta de un tiempo imborrablemente importante de la ciudad, también la de la puellae gaditanae y el espíritu lúdico, la iocosa Gades, que parece no haberla abandonado hasta el momento.

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