Tribuna:

Estamos rodeadosROSA REGÀS

Será porque veo mis vacaciones diluirse en las brumas del pasado y quedan lejos las cenas bajo la parra, los baños al son de las últimas cigarras de la noche o ese despertar ahogado en calor suavizado por el garbí que se despereza; será porque no he leído los periódicos durante las dos últimas semanas, ni he visto la televisión, ni he oído las noticias de la radio, y lo que me dicen hoy se me antoja una explosión violenta de las noticias de un mundo aún más cruel que el que creía haber conocido; será porque los años se llevaron la capacidad y el don de imaginar un futuro menos brutal, menos as...

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Será porque veo mis vacaciones diluirse en las brumas del pasado y quedan lejos las cenas bajo la parra, los baños al son de las últimas cigarras de la noche o ese despertar ahogado en calor suavizado por el garbí que se despereza; será porque no he leído los periódicos durante las dos últimas semanas, ni he visto la televisión, ni he oído las noticias de la radio, y lo que me dicen hoy se me antoja una explosión violenta de las noticias de un mundo aún más cruel que el que creía haber conocido; será porque los años se llevaron la capacidad y el don de imaginar un futuro menos brutal, menos asesino, donde el buen hacer podría enderezar los entuertos; el caso es que hoy siento las cuestiones públicas como un peso cada vez más muerto que acabará por aplastar lo que de bueno y sabio quede en mi mente y mi corazón. España, Europa, el mundo entero, están dominados por un país, una superpotencia, donde los hombres se matan a todas horas y las mujeres guardan durante años los trajes salpicados de semen de los próceres a los que sedujeron con la solapada esperanza de hacerse famosas y cobrar las fortunas que ofrecen los millonarios de la oposición incapaces de conseguir el poder con los votos de los ciudadanos; asistimos por enésima vez en Cataluña a la destrucción de decenas de miles de hectáreas de bosque y cultivo por un fuego evitable , sin que el presidente encuentre motivo alguno para la dimisión de los responsables ni de la devastación del país ni del comportamiento de los Mossos, que, ignorantes del terreno que pisaban y ajenos a que su deber era y es proteger y no amenazar, se pasearon por los pasillos de fuego esposando a los payeses sin hacer nada, porque nada sabían hacer, para controlar y detener una amenaza convertida, como era de prever, en hecatombe nacional; se nos ha venido a demostrar que en este país el poder judicial puede condenar, y de hecho acaba de condenar, a ciudadanos sobre todo cuando son enemigos del gobierno en el poder, sin pruebas, dando por buenos los testimonios de personajes que llevan años cambiándolo de acuerdo con los vientos, las prebendas y los dólares; tenemos que horrorizarnos, ya que otra cosa no podemos hacer, ante las fotografías de agencia que llegan todos los días sobre los semicadáveres de niños y adultos corroídos por el hambre y la miseria que se extiende por los confines del mundo dejando sólo una breve isla de bonanza, una UVI, un sanatorio, donde una minoría que no llega al 15% de la población de la tierra despilfarramos los bienes de todos, como niños mimados, como irresponsables estúpidos, como ansiosos hombres sin piedad; el partido de los socialistas catalanes lleva semanas cambiando de opinión y de voto como si se tratara de su camisa para apoyar a los convergentes, muy posiblemente por pactos ocultos que nada tienen que ver con la cosa pública y que no hacen sino afianzar ese modo de hacer política basado en la exclusión y la prepotencia que se ha adueñado del país; hemos aceptado y consentido que se nos condene a un progreso sin ideas y sin pensamiento, un llamado progreso material que consiste mucho más en tener que en ser, que da más importancia al ensanchamiento de los caminos rurales para convertirlos en calles desiertas de 12 metros de anchura que a la limpieza de los bosques, más a las autopistas que cruzan y recruzan el país atiborradas de coches y de humos que a los ferrocarriles comunitarios, más al bien privado que al bien público, más a las banderas que ondean inútilmente al viento para arrancar vacías lágrimas de patriotismo en los ciudadanos indiferentes a todo lo demás que al fomento de una colaboración en la que todos puedan y deban intervenir. Y cuando, desentendiéndose de lo inmediato -porque ¿qué puede hacer el ciudadano frente al poder omnímodo de los políticos aliados con los economistas y los grupos mediáticos para influir en los cambios, llamar la atención sobre los errores e insuficiencias, protestar contra las injusticias, si Barea, que intentó decir la verdad sobre el proceso económico, ha sido destituido?- uno se va a su pueblo blanco sobre el mar dispuesto a tomarse un gin and tonic en un bar de la playa, mirar el azul y las nubes, los olivos y los tamarindos, y pensar con calma cómo reordenará su actitud cívica y qué sentido habrá de dar a su vida para que sea capaz de colaborar otra vez con las esperanzas que puedan asomar por el horizonte, se encuentra con que el poder del Estado, el ciego y corrosivo poder que nos limita la vida y nos cercena el espíritu, ha decidido arrasar los bares ancestrales, como el Marítim, el Boya o el Melitón de Cadaqués, que no molestan a nadie sino bien al contrario, donde desde hace lustros se habla y se bebe apurando el placer de la conversación y de la mirada. El poder del Estado en sus múltiples ramificaciones, inútiles ramificaciones, ha decidido cerrarlos, no porque molesten ni perjudiquen, sino simplemente porque sí, porque así lo ordena una Ley de Costas que alguien se sacó de la manga un día de resaca y que por supuesto no se aplica ni a los delfines de los amigos que finalmente morirán en una nueva travesía y menos aún a las mansiones bañadas de mar y luna de los consejeros o de cualquier otro cargo afín, que privan el paso de los turistas en vacaciones y de la ciudadanía durante todo el año. Lo han decidido los poderes del Estado, eso, sólo por qué sí, por joder a la gente se supone, porque si el poder no jode a la gente o a quien sea con tal de que no se lo pueda medir como a un igual, no es poder ni es nada. Esto lo sabe cualquiera.

Rosa Regàs es escritora.

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