Tribuna:

BTV

DÍAS EXTRAÑOSLa otra noche, a falta de algo mejor que hacer, me sumé a un debate que se grababa en BTV acerca de la televisión en sí, su futuro, sus posibilidades y cosas así. Ya sé que los debates televisivos no constituyen precisamente el colmo de la diversión para quienes los protagonizan y para quienes los ven, pero los contertulios eran todos gente agradable y uno de ellos, Joan Brossa, le daba a la reunión un toque delirante muy de agradecer y que sólo se puede permitir una cadena como BTV. Invitar a hablar sobre la televisión a alguien que no la ve nunca por la sencilla razón de que jam...

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DÍAS EXTRAÑOSLa otra noche, a falta de algo mejor que hacer, me sumé a un debate que se grababa en BTV acerca de la televisión en sí, su futuro, sus posibilidades y cosas así. Ya sé que los debates televisivos no constituyen precisamente el colmo de la diversión para quienes los protagonizan y para quienes los ven, pero los contertulios eran todos gente agradable y uno de ellos, Joan Brossa, le daba a la reunión un toque delirante muy de agradecer y que sólo se puede permitir una cadena como BTV. Invitar a hablar sobre la televisión a alguien que no la ve nunca por la sencilla razón de que jamás ha considerado seriamente la posibilidad de comprar un aparato me parece una idea soberbia. Cuando, en plena endogamia colectiva, el moderador, Ramon Colom, propuso hablar de BTV, Víctor Amela, que es un hombre que nunca dice ninguna tontería, comparó esa cadena con los sorbetes que uno puede tomarse entre plato y plato para descansar y refrescarse. Tenía razón. No sé si a ustedes les pasa, pero yo, cuando ya no puedo más de lo que me echan las cadenas, digamos, normales, recalo en BTV y a veces hasta me engancho. ¿Por qué? Pues, básicamente, porque BTV no es ni pretende ser un canal como los demás. Por una parte, con la birria de presupuesto que tienen es imposible plantar cara a Lloll Bertran o a Emilio Aragón. Y por otra, somos muchos los que agradecemos que en vez de toparnos con émulos de esos dos plastas se nos permita disfrutar de las hilarantes homilías del padre Flaviá. Personalmente, lo que más me interesa de BTV es su marcianidad y su cercanía. La marcianidad no sólo se pone de manifiesto en ideas como invitar al gran Brossa a hablar de algo que ni conoce ni le importa un rábano, sino en dedicar el prime time a un especial sobre Carlos Pazos o a un debate sobre el futuro de los cómics, propuestas impensables en una de las cadenas de verdad. La cercanía consiste en que uno puede toparse con sus amigos en la pantalla del televisor explicando a la ciudad lo que le han contado a uno la tarde anterior en un bar: todos aquellos que carecemos del menor interés para los canales de televisión del mundo real hemos tenido, en un momento u otro, la oportunidad de decir lo que nos saliera de las narices en BTV. Incluso el hombre de la calle puede decir lo que quiera en BTV. Para eso están esos videomatones que regalan al ciudadano anónimo un par de minutos para que se desahogue (en un sitio tan civilizado como Inglaterra, la gente se ha de conformar con el speakers corner de Hyde Park). Otra ventaja de BTV es que, como es joven (ahora cumple un añito), todavía cuenta con cierto entusiasmo entre quienes la hacen posible. Ese entusiasmo que había en TV-3 cuando se fundó y que ahora brilla por su ausencia gracias al pujolismo y su inacabable provisión de comisarios políticos (por cierto, ¿a qué están esperando para contraprogramar a Flaviá con un miniespacio cotidiano en el que Albert Manent u otro talibán de guardia nos dé un cursillo de formación del espíritu nacional? ¡Con el humor en manos de gente como Jordi Elepé, yo no me lo perdería!). Como carezco de dotes adivinatorias, ignoro cuál puede ser el futuro de BTV, pero sería una pena que los políticos la consideraran únicamente algo con lo que entretenerse mientras esperan que Maragall gane las elecciones y se pueda proceder a la toma de Sant Joan Despí (hecho que visualizo de la siguiente manera: mientras Manuel Huerga y Ferran Mascarell, vestidos como los hombres de negro de la película de Barry Sonnenfeld, desintegran con sus armas futuristas a filoconvergentes y tontos útiles, la quinta columna izquierdista infiltrada en la casa persigue por los pasillos del edificio al último comisario político, ese cuyo apellido da más facilidades que Serra para que le llamen, ¡que se lo llaman!, "Torrente, el brazo tonto de la ley"). BTV debería sobrevivir aunque Maragall gane las elecciones y mi amigo Vicenç Villatoro se quede a un paso del ansiado Departamento de Cultura. ¿En qué otro sitio se invita a opinar sobre la tele a alguien que no la ve o a gente preocupada por el futuro de los cómics?

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