Editorial:

Rusia, sin Gobierno

RUSIA NECESITA con urgencia un Gobierno para intentar parar el derrumbamiento económico que puede tener graves consecuencias para ese país y para el resto del mundo. El rechazo ayer por segunda vez, y tras arduas negociaciones en la Duma (Cámara baja), casi por dos a uno, de la candidatura a primer ministro de Víktor Chernomirdin es una mala noticia, por este vacío más que por el candidato en sí. Pues el que fuera durante cinco años jefe del Gobierno es, junto al presidente Yeltsin, en buena parte responsable de lo ocurrido. A la vez, el rublo proseguía su caída -70% desde la devaluación del 1...

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RUSIA NECESITA con urgencia un Gobierno para intentar parar el derrumbamiento económico que puede tener graves consecuencias para ese país y para el resto del mundo. El rechazo ayer por segunda vez, y tras arduas negociaciones en la Duma (Cámara baja), casi por dos a uno, de la candidatura a primer ministro de Víktor Chernomirdin es una mala noticia, por este vacío más que por el candidato en sí. Pues el que fuera durante cinco años jefe del Gobierno es, junto al presidente Yeltsin, en buena parte responsable de lo ocurrido. A la vez, el rublo proseguía su caída -70% desde la devaluación del 17 de agosto-, sin que importara la dimisión del presidente del banco central.Yeltsin, Chernomirdin, la Duma y la oligarquía financiera rusa deben poner fin a la arriesgada partida de poder que están jugando. Una tercera votación negativa, si en las próximas horas o días no se llega a un pacto para la investidura de Chernomirdin, llevaría constitucionalmente a la disolución de la Duma y a unas elecciones que los diputados, en general, no desean. La disolución daría vía libre a Yeltsin, debilitado e impopular pero no acabado, para nombrar a Chernomirdin y tomar, prácticamente, las medidas que quisiese. Antes de llegar a eso sería necesario buscar un acuerdo con urgencia, y si Chernomirdin, su programa y su Gobierno no logran una conformidad podría resultar recomendable buscar una alternativa de consenso, ya sea el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, oligarca entre los oligarcas, o el presidente del Consejo de la Federación, Yegor Stróyev, entre otros posibles.

Por detrás de la búsqueda de este nuevo Gobierno se está produciendo una intensa lucha de poder, pues todos saben -pese a que Chernomirdin indicara ayer que no era ésa su intención- que el elegido primer ministro puede convertirse en un candidato con posibilidades con vistas a las elecciones presidenciales que han de celebrarse como fecha límite en el 2000. Y en esa cleptocracia en que se ha convertido Rusia, todos quieren además una parte del pastel, incluidos los comunistas, que podrían entrar en el Ejecutivo.

La evolución de la crisis ha dejado claro que, gobierne quien gobierne, el programa de fuerte ajuste económico que exige el FMI para seguir ayudando a Rusia se va a revisar en profundidad, para suavizarlo, alejarlo del mercado puro y duro y darle un mayor contenido social. Está por ver si esto es posible y si el ajuste posterior no tendrá que ser aún más duro, después de que el Estado pague los sueldos atrasados a veces desde hace seis meses o las deudas acumuladas por las empresas, lo que se traducirá de inmediato en un disparo de la inflación.

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Estos dos pasos aparentemente contradictorios son los que proponía, en el fondo, Chernomirdin. Intentar mayor prosperidad a un menor coste social resulta utópico en un país en el que una gran parte del comercio interno se hace en régimen de trueque, las empresas no pagan impuestos y el Estado se nutre en un 25% del complejo energético al que tan ligado está Chernomirdin. Montar un nuevo sistema fiscal en un país nada habituado a sufragar con impuestos el gasto público puede resultar tarea de titanes, aunque insoslayable. Pero cuando la economía de mercado supone ya un 50% del total, tampoco sería viable volver atrás.

La urgencia de poner coto a la crisis rusa viene dictada también por los efectos negativos que está teniendo en las economías de su entorno, en especial en Europa del Este e incluso más allá. Añade volatilidad a un mundo en el que las grandes potencias y organizaciones económicas no saben realmente qué hacer, como quedó de manifiesto en la reciente cumbre entre Yeltsin y Clinton en Moscú. La verdad es que desde fuera no se puede hacer ya gran cosa. La Unión Europea parece resignada a admitir un freno o incluso ciertos retrocesos en el avance hacia una economía de mercado. Pero poco más.

La debilidad de la economía rusa puede traer graves consecuencias sociales, contribuir al desmembramiento del país e incluso suponer una amenaza de descontrol militar en un país con armas nucleares, como ya alertó este verano el ex general Lébed. Lo único positivo de la situación es que el debate se centre sobre todo en votaciones, elecciones y políticas, y no en golpes de mano o de Estado. Aunque sumamente imperfecto, el marco del tira y afloja sigue siendo democrático. No es poco. Pero si Rusia no consigue un Gobierno que tome medidas adecuadas con urgencia, esto también puede cambiar.

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